Cuando la agitación de las situaciones se detiene en el exterior, la conexión con el interior es más rápida y facil de conseguir. Las aguas vuelven a calmarse, pero siempre cuidando y vigilando que esto no sea más que una pantalla.
Cuando me senté en el paradero, el aire se detuvo a mi rededor cuando recordé aquella tarde cruzando solo aquel lugar. Un frío y electrificante escalofrío me azotó como ola brava a un roquerío debil, y se coló entre medio de todos mis huesos. Los ojos se me aguaron por completo, y pedí por calma y temple. Había sucedido otra vez. Había vuelto otra vez. La señora que se abrigaba del frío mañanero con una parce acolchada blanca, no notó en lo más mínimo mi impresión por el falta descubrimiento.
No puede ser.
Procuré olvidarme del tema y de nunca más darle ni siquiera una vuelta, pero estaba ahí, riéndose de mí, diciendome que una vez más había fallado y que su estancia sería eterna. Llegó la micro y frenó al frente de mi posición. Saqué la billetera y me subí para partir al centro.
Fue hace aproximadamente dos semanas que el borde contrario a la vereda de la avenida apareció enfundado en una manta plástica, procurando darle una tono de privacidad a los trabajos de construcción que comenzarían a desarrollarse. Las Lomas, por su franco norte, es bordeada por extensos kilómetros de pradera hinospita y de una alta población vegetal. La zona está protegida por metros y metros de una reja improvisada de palos y alambres. Es un lugar intransitable desde Casas Viejas hacia acá, ya que un canal impide el paso, sumado al frondoso e inaccesible borde de árboles y arbustos que recorren de oeste a este todo el territorio. Sin embargo, hace do semanas, tres contenedores albergadores de oficinas, una retroexcavadora y muchos obreros se tomaron las dependencias vacías de la pradera virgen y comenzaron con desconocidos planes de construcción.
Sin embargo, una sección de este territorio si es transitado por pobladores del conjunto de condominios. La calle que nos conecta con la civilización ofrece un recorrido de quince minutos, como ya he dicho en ocaciones anteriores, hasta el paradero más próximo. Pero existe un paradero que está más cerca y que sólo se puede llegar vía la pradera. Para esto se debe acceder por un viejo portón de madera derrivado para poder ingresar. Luego se recorren unos metros y se llega a una peligrosa curva, la cual torce la dirección hacia Las Vizcachas. Tambien es utilizada por personas que quieren llegar más rapido hacia Casas Viejas, pero de esas vías no tengo conocimiento presencial. En fin. Fue hace unos siete o seis meses que, quizás ahogado por el atrazo y la hora, decidí irme por el "atajo" y llegar más rapido al paradero más próximo. Estaba cruzando los pocos metros que se deben alcanzar, cuando algo me obligó a detenerme. Era de tarde y un sol omnipotente alumbraba todos los rincones de la infinita y verduzca pradera, la cual parecia perderse en las faldas de Los Andes. Era aquella sensación que percibia cuando una videncia atacaba mi mente, pero esta vez venía con algo distinto. No era una videncia, si no algo distinto en el lugar. Una extraña presencia. Pensé que era algo maquinado por mi imaginación buscando crear una buena e interesante historia, las cuales escaseaban desde hace un tiempo. Pero aquello, invicible y poderoso, estaba ahí obligandome a detenerme.
El jueves pasado llegué a esos de las once horas a Las Lomas y bajo la noche fría y silenciosa, me dispuse a bajar rápido para llegar a casa. Pero tuve que detenerme al ver que, cuando la calle se aplana nuevamente, desde una camioneta con un inmenso logotipo de una sigla que rezaba: P.D.I., bajaba un escuadron de seis detectives, embestidos en cazacas azules, con la misma sigla estampada en la espalda. Parecían ser jovenes, y si no llevaran la cazaca y no se hubieran bajado de aquella gigantesca camioneta, hasta habría pensado que eran universitarios. Una de ellos, una mujer de mirada cauta y simple, tomó su lujosa cámara fotográfica y captó la imagen de un inocente grifo amarillo apostado al borde de la vereda.
Era obvio que algo grave había ocurrido. Quizás un asesinato. El contigente marcó una presencia demasiado fuerte, pero tal situación no fue percibida por los pobladores de los condominios, ya que a esas horas de la noche las calles se encontraban totalmente desocupadas.
Pasé al frente de ellos, tratando de escuchar qué era lo que hacían, pero desarrollaban labores bajo un hermético silencio.
En casa nadie sabía nada. Tampoco me tomaron mucho en cuenta cuando les conté. Pero el tema se volvió un misterio cuando al otro día, viernes, las labores obreras en la pradera estaban totalmente detenidas, y no era por el partido de Chile en el mundial, si no porque carabineros se encontraba en el lugar haciendo quizás que cosas.
Alguien había muerto ahí. No sé cómo lo supe ni tampoco si había sido recientemente o hace tres mil años, pero no podía pensar en otra cosa. La presencia había logrado revolver mi mente y darme esa respuesta. Concluí que todo era una estupidez y le eché la culpa a mi falta de ingenio para escribir o quizás a un posible cuadro de desesperación por sentarme frente al computador y no tener palabra que teclear en el Word. Emprendí la marcha y decidí olvidarme del momento.
En la noche del viernes apareció un retén de carabineros apostado en el lugar donde la noche anterior los bebés de la P.D.I. habían estado fotografiando a un grifo que no tenía como atestiguar. Adentro parecía estar sentado en el asiento del piloto un joven carabinero. Quizás recíen había ingresado a las filas de la comisaría de la plaza de Puente Alto, y tal carácteristica le había sido de ayuda para vigilar durante toda la noche tal vez que cosa que habían encontrado. Por un momento, riendome de mi mismo, pensé que habían encontrado una nave extraterrestre en medio de la pradera. Jacka había estado contento.
No me sorprendió encontrarme con el retén en la mañana del sábado. Tampoco cuando volví con mi viejo de haber de vuelto el celular que no le gustó ese mismo día en la noche. Pero si existía una cuota de curiosidad por su presencia ¿Qué cuidaba tan celosamente aquel vehículo de la ley?.
La respuesta llegó ayer al mediodía. No se sabe muy bien, pero por parte de la voz de los vecinos existen dos versiones. La primera habla acerca de un craneo encontrando en las faenas de construcción al borde del canal. Y la segunda se acerca a la presencia del cuerpo de una persona joven, la cual no se sabe si es hombre o mujer. De tiempo y fechas no se sabe nada.
Yo sólo trataba de quitarme la imagen de todos esos hombres y mujeres vestidos con trajes de una pieza, color blanco, y mascarillas que le cubrían todo el resto, sumado a los gorros higenicos, todos diseccionados por el borde del canal, entremedio de los árboles que hacían más laboriosa la jornada, buscando u observando quizás qué cosas. No podía creer que finalmente sí era un muerto el que aquella tarde trató de decirme algo, pero soy eceptico frente al tema, y aunque ya lo haya vivido, trato de pensar en que fue sólo una mera coincidencia.