"Me llamó Andrés y me dijo que después del terremoto, la tía lo había llamado y le dijo que estaban bien y que se iban para el cerro" fue la esperanzadora noticia que Fernanda me dio por el celular.
Colgé y le dije.
"Mi tía y mi primo subieron al cerro que está detrás de la casa. Así que tienen que estar bien"
"Que bueno"
Sería el último adiós.
Me subí al colectivo y partió rapido hacia las lomas.
Fueron unos largos siete días después. Todos los canales de televisión se encargaron de reportear la catastrofe que se había llevado la vida de cientos de personas. Desde la mañana hasta la noche la hipnotizante cajuela mostró sin pudor todas las desgarradoras historias de los chilenos que salvaron de ser tragados por el mar, pero que perdieron a un ser querido, viendolo como clamaba por salvación mientras que las aguas se los llevaban hacia la oscuridad del océano enfurecido, agitado. Y la cámara se les queda viendo, hasta que se quiebran y tratan de buscar en el horizonte alguna esperanza que les permita imaginar cómo pararan sus casas otra vez. Era sólo ver pena y dolor. No recuerdo haber escuchado en los primeros tres días alguna palabra de aliento a las personas que sirvieron para sensibilizar al país. Concepción estaba bajo toque de queda por los constantes saqueos que se producían a los gigantes comerciales. Pueblos costeros desaparecieron por completo. El eje del planeta se desplazó en unos grados. No habia agua ni luz. Carreteras cortadas. Fallaron los sistemas de alerta. Chile estaba a la mitad.
Por mi parte, poco podía entender por qué las imagenes que se escurrian por la pantalla me chocaban con tanta violencia. Veía las historias y a las personas con nada en las manos, y el pecho se me hundía con fuerzas descomunales. Respiraba hondo y procuraba no dejarme abordar por la pena ajena, pero me era totalmente imposible. Quizá y por el sólo hecho de sentir a tajo abierto la catastofre, podía sentir la pena y la angustia de todo un país en mi interior, y no entendía por qué tal recepción de sensaciones. Lo único que quería era que las cosas nunca hubieran ocurrido, pero las placas no podían volver a donde estaban. Así que me encargaba de tomar todo ese montón de malos sentimientos y los guardaba donde mejor quedaran. No podía sufrir por otros.
Siete días después algo dentro de mí se quebró. Era un dolor intenso en el estomago y una sensación de extrema angustia. Y como siempre, en esos largos y negros días, nunca supe que era lo que me azotaba con tanta fuerza. Nunca pensé en la posibilidad de una depresión. No soy propenso a esa estupidez. Tampoco había una base para su desarrollo. Pensé que tal vez era algo que me avisaba que sucedería otra catastrofe. Y es que nunca había sentido algo de tal magnitud en mi cuerpo y mente. Las videncias llegaban de esa forma, pero no con tanta violencia.
Era desesperante no saber que me pasaba. Mi rededor podía sentir mi frustración. Recuerdo que ese sábado terminaba la teletón por Chile. Tambien asimilé la angustia con la situación en que nos encontrariamos si no se llegaba a la meta. Nos habiamos reunido todos los Chávez a almorzar donde mi tía Carmen Gloria. Esa tarde todos tuvimos que escuchar el relato de los Chávez Fuentes. Estaban en Pullehue la noche del terremoto, y tuvieron que arrancar cerro arriba para no ser alcanzados por el mar.
"... cuando estabamos en lo alto del cerro, le tapé las orejas a la Fran para que no escuchara el grito de las personas que el agua se llevaba a nuestro alrededor..." relataba mi tío Juan Carlos.
Mientras me alistaba para juntarme con Yessenia, pensé que era mi imaginación la que generaba pena en mí al mostrarme que hubiera pasado si mis tíos y primas no hubieran escapado.
"Debes calmarte. No debes dejar que lo ocurrido te gane. Sal por la puerta del baño y OLVIDATE" me decía al espejo mientras me enjuagaba la boca con agua.
Cuatro horas después supe que mal había echo en guardarme todo el sufrimiento por lo ocurrido. Quise mostrarme duro frente a la situación que vivimos y no asimilar que todo había sido demasiado destructivo. No fui capaz de verme debil. La imagen de un güeón que se las puede todas fue la pantalla que ocupé para no aceptar que en realidad el terremoto y todas sus consecuencias me habían afectado de sobremanera. Simplemente era mi primera vez sintiendo algo así, un dolor así, y por ningún motivo lo quise aceptar. Preferí tragarme todo y seguir como si nada, pero no viví el duelo que vivía todo mi rededor. Chile entero moralmente estaba en el suelo, y yo no quise estar igual. Pero era inevitable. Tenía que sentir, aunque se me haya caido un misero florero, el dolor del golpe que había dado la naturaleza.
"Me deja aquí, por favor" le dijo al chofer.
Me preparé para bajarme tambien en el repentino destino, pero ella tenía pensada otra cosa.
Se giró y sonriendo, no sé si por nerviosismo u otra cosa, se despidió.
"Chau"
Fue en ese momento que caí en cuenta, cuando se bajó, y algo dentro de mí me dijo "Haber guardado todo no sirvió de nada. TÚ VIVISTE el quinto terremoto más grande de la historia. Fue en tu país. Pasó bajo tu casa"
Días después, cuando con Yessenia todo terminó, le di las gracias por haberse bajado. Me sirvió para buscar en mí y saber qué era lo que me tenía así. Me dejó aceptar la realidad y todo lo vivido.
En diez días más se cumplirán seis meses del terremoto. Miro para atrás en los capítulos y veo como trataba, en codigos, de escribir el doloroso momento. No creo que lo que me pasó a mí no le hayan pasado a otros. Ricardo, un ex compañero de media, me decía que le daba pena escuchar por la radio los relatos de los sobrevivientes. Jack viajó a Concepción a buscar a su hermano y vivió en carne propia la debastación de las olas. Isabella hoy me comentaba que nunca había sentido un dolor igual como al de esos días. Y Camila me contó que se le hacía dificil estar más de cinco minutos viendo las noticias aquellas semanas.
Después de ese seis de Marzo, a parte de bancarme la separación con Yessenia, me distancié de María e Ignacio volvió a sufrir de sus combulsiones. Fueron dos meses para el olvido, para mí y mis cercanos, en todos los ambitos de la vida. El fantasma negro de la catastrofe producía un efecto extraño en las almas. En un momento, sin ser extremista, todo fue oscuridad.
Pero eso ya es parte de la historia en la vida de todos. Chile se levantó, no completamente, pero su gente de norte a sur vive con otra mentalidad el día a día... una mentalidad blanca y positiva. María, que a estas horas duerme en el hospital esperando su cirugia al hombro por un accidente entrenando, fue la percutora de la salvación de nuestra relación. Jack e Isabella encontraron la forma sana de llevar una relación que no fuera sólo dolor. Y yo, a veces me río de aquellos días, sin embargo recuerdo con respeto lo que pasó, sabiendo que nunca olvidaré todo lo vivido. Ya era hora de seguir, seguir de verdad. Sin pantallas.
La vida continua para todos. El jueves me voy a la playa con Camila. Ya llevamos más de un mes. Y siendo sincero, me queda corto decir que estoy contento.