viernes, 13 de agosto de 2010

Capítulo 64: A la Mañana Siguiente

...Decidimos ir a dormir para que las horas pasaran más rapido, a demás, al otro día tenía que ir a trabajar. Pero nadie durmió. Creo que hubieron replicas del terremoto cada cinco minutos, las que fueron de una considera magnitud. Tal situación nos impidió cerrar los ojos...

Mi vieja dijo que la mañana había amanecido rara. Estaba angustiada y decía que aún no podía asimilar lo que había pasado. Sí, era extraño estar ahí, pero la sensación de incomodez sólo la generaba el recuerdo del ruido y los gritos exteriores. Afuera el ambiente estaba calmo. Ya no estaba ese ir y venir de personas que trataban de disimular tranquilidad o el acelerado salir de vehiculos hacia quién sabe dónde. Pero la mañana no era la misma. Mi viejo, más cauto y calculador, sólo se limitó a decir que la atmósfera estaba pesada.
Cuando el celular marcó las nueve, no dudé en encender el calefont y preparar la ducha.
"Hijo, no vallas a trabajar" me dijo mi vieja.
Entendía su angustia y su miedo, sumado al hecho de no saber de los nuestros, pero no la compartía en lo más absoluto. No podía esperar más. Desperté cuando el movimiento ya comenzaba a detenerse. Afuera nada hacia notar el paso de un terremoto. En la casa no se cayó nada. Ni siquiera tenía esos nervios post-temblor. Entonces, no podía ajustarme ni actuar frente a algo que no sentía. Tenía que ir al supermercado. Tenía que ir a trabajar. Era sábado. No por un tembor fuerte cerrarían el Tottus... fue lo que pensé.
Jack e Ignaco me acompañaron hasta el paradero. En los demás condominios tampoco había indicios de casas con daños estructurales o algún herido. Nada en todas las Lomas te hacía vivir la sensación de estar en medio de una catastofre. Sin embargo, el desajuste traería consecuencias lamentables.
Pensé que por Eyzaguirre hacia abajo podría encontrarme con algo, pero el panorama seguia igual; nada había pasado. Mi mente sólo se extrañaba del día. La mañana sin lugar a dudas estaba extraña ¿Qué tenía de extraño? Eso era inexplicable. Pero el aire pesaba negro en los pulmones.
Fue cuando la micro se detuvo a dos cuadras de Tottus cuando recién unas paredes botadas acusaron el fuerte paso de las eternas ondas subterraneas. Las ruinas del antiguo regimiento quedaron totalmente debastadas. Poco eran los diques que pudieron soportar el vaivén de la tierra. Lo demás, todo estaba en el suelo.
La micro no avanzó. El corte de luz tenía a la esquina de Arturo Prat y Eyzaguirre sin semaforo, y dificilmente un carabinero trataba de controlar el transito. Me bajé y rodeé todo el taco hasta la entrada lateral para empleados. Ahí una guardia gorda de Ares me miró dudativa.
"¿Viene a trabajar?" preguntó mirandome de pies a cabeza.
"Sí" le contesté.
"Hoy no abrirán" me dijo "Puede quedarse a ayudar"
"Bueno" le dije.
"Anotese aquí" dijo pasandome un cuaderno sucio y viejo en donde se desplegaba una lista con la más alta variedad de letras.

No me importó ver una parte del tubo del aire acondicionado en el pasillo del azucar y la sal. Fue un poco chistoso ver todo el pasillo de los shampoos lleno de ellos, al igual que el de los licores, pero me pareció impactante ver mi oficina. Los gabinetes de los tres computadores que controlan el sistema del supermercado(el maestro, el alterno y el subalterno) estaban desencajados de sus posiciones. Las UPS, que facil pesan cincuenta kilos cada una, se deslizaron de sus lugares. El mueble donde guardamos todos los informes e implementos de trabajo quedó desocupado. Planchas del cielo cayeron sobre los escritorios y estaban todos los cajones abiertos. Un desastre total. Habría sido un suicidio haber estado ahí en horas de trabajo. Habría sido un genocidio que el terremoto se hubiera desatado a la hora de once, a eso de las siete, con los pasillos llenos de gente. Creo que por primera vez esa mañana di gracias.
El día lo ocupé para ayudar a limpiar el pasillo de los vinos. Había que "mopear" todo para dejar despejado. Quitamos las cajas y las botellas rotas y luego con mopas absorbimos todo el licor derramado. Era asqueroso sentir el olor de esa mezcla de vino, caipiriña y ron. Informatica la limpiaría el domingo, cuando mi mente lograra entender por donde empezar la limpieza.

Ya habían pasado más de doce horas desde el momento en que el quinto terremoto más fuerte de la historia de la humanidad se había echo presente en nuestras tierras. Durante el día se habló de posibles tsunamis en la costa y cantidades importantes de muertos. Yo estaba tranquilo. En la mañana me había comunicado con María, con mi Tata y Jack había sido recojido por sus padres. Los míos estaban en casa y las Lomas seguia igual de apacible.
Pero las cosas eran tan inevitables como lo vivo que estaban. La tranquilidad y la parsimonia duró hasta el momento en que llegué del trabajo y abrí la puerta. Lo primero que vi cuando entré fue la escena de la caleta de Duao totalmente destruida. Mi padre inmutable estaba sentado en el sillón de tres cuerpos, mirando neutro lo que las noticias mostraban. Mi madre, con una expresión de horror en la cara observando desde la cocina como el paso de tres gigantescas olas se había echo completamente de todo el borde costero Mauino. Era el lugar donde había vacacionado por cinco días a fines de Enero con Jack e Isabella. Ahí vivían los tíos de mi viejo.
"¿Hay muertos?" pregunté rompiendo el denso ambiente.
"Shhht" exclamó mi papá.
Mi mamá no dijo nada.
Mi mente de golpe se ajustó con la tragedia. Una angustia me atravesó de arriba hacia abajo, y un miedo terrible se apoderó de todo mi ser. Me mareé, teniendo que agarrarme a la silla. Los dos no se percataron de mi crisis. El televisor seguía mostrando a todo Duao debastado.
"¿Llamaste a mi mami, papá?" le pregunté, ya entrando en desesperación por la latente idea de que nadie se había salvado.
"No" respondió "¿Tienes el número de mi tía?"
Asentí mientras sacaba el celular de mi bolsillo. Me había dado su número el primer día que nos quedamos allá en caso de cualquier percance.
"La voy a llamar"
"Pero si no hay señal, Gustavo" me dijo mi vieja, preocupada de sobremanera.
"No importa. Hay que intentarlo igual"
Lo primero que sonó fue la voz de una mujer grabada que decía que no había señal.
Ahora pienso que lo mejor habría sido escuchar esa grabación, pero luego de quizás cuantos intentos, la línea conectó.
"Ahí tomó" le dije a mi papá.
Ambos me miraron expectantes.
Luego de un instante, otra grabadora se adueñó de la línea, diciendo: "Nuestro cliente se encuentra fuera de cobertura o no se encuentra disponible"
Aquella oración contenía sólo tres opciones. Primero, que efectivamente no estaba al alcance de alguna antena. Segundo, que por motivo del corte de luz no tuvo el tiempo para cargar el equipo. Y tercero, la opción que nadie quiso decir en voz alta, era que el celular lo había apagado algún agente externo... el agua, quizás.

No pudimos contactarnos. Me terminé de lavar los dientes y me puse la chaleca. Bajé y avisé que saldría.
"¿Tienes que necesariamente salir hoy?" me preguntó don Omar.
"Estabamos organizados desde hace días. Quizá los otros días no la pueda ver" argumenté, mientras buscaba mi billetera y el celular.
"Pero es que no está la noche para salir" siguió mi viejo "¿Por qué no te quedas para seguir intentando?"
"Papá, no hay señal para allá. Mas encima mi tía debe tener el celular descargado. No saco nada con quedarme" me defendí.
"¿Pero es que no entiendo cómo puedes salir?" me dijo, diciendo tras palabras que lo ocurrido no me importaba en lo más absoluto.
Si me importaba, tambien me preocupaba y me dolía lo ocurrido, pero no quería demostrarlo. No me necesitaba debil en un momento así.
"Si me quedo y me pongo a llorar, mi tía no va a contestar el celular" le grité y salí.

Aquella noche sería la última de risas y caricias. Todo, alrededor, tenía el tiempo contado