lunes, 15 de marzo de 2010

Capítulo 45: Más vale lo que vuelve

Volvieron los mensajes de textos y los saludos en el muro de ambos. Es extraño. Pensé que todo lo que me ha pasado me iba a hundir más, pero el regreso de Isabella me renovó por completo las energias. El viernes, cuando se completaba la segunda semana después del terremoto, nos encontramos en una casa compartiendo un ron-cola, mientras que ella se fumaba un cigarro y yo me reía de las interminables bromas del mejor amigo de Natalia. Está todo bien, aunque los oidos sigan atentos a si las latas del cobertizo del jardin suenan. Ya era demasiado el tiempo que llevaba sin carretear y demasiadas las horas con el pecho todo apretado de angustia. Necesitaba olvidar, y más que nada, necesitaba sentir ese lazo invicible para los demás, ese que me mantiene unido a Isabella. Durante la tarde me llamó para conversar, y me llenó de alegria el ver el visor de mi teléfono y saber que habiamos hablado alrededor de una hora y quince minutos. Nos dimos fuerzas y tratamos de mirar de forma objetiva todo lo que estaba pasando. Doce horas más tarde conversabamos del momento de la catastrofe observando la panoramica de la Maestranza de San Bernardo que ofrecia el departamento ubicado en el quinto piso de aquel alto edificio. Nos tomamos unas fotos, como en los tiempos del Monserrat.



Se escuchó un desajustado golpecito en la puerta, como la cola nerviosa de un perro, y al abrir, entró la pequeña Bela, sonriendo como si hubiera echo alguna travesura.
"Pasó un camión por afuera de mi casa, Omar" nos contaba con asombro "Y toda mi casa de movía"
Y luego entró mi mamá, abrazada por mi viejo, llorando y desconsolada. Simón se abalanzó sobre sus hombros y la abrazó. El momento lo había vivido sola junto a Bela, teniendo completo desconocimiento de lo que nos había ocurrido a nosotros. Su llanto justificaba la angustia de no haber estado con los suyos. Me levanté de la silla y la abracé, tratando de demostrarle que yo estaba bien, ya que cargo con el cartel de tenerle terror a estos tipos de evento.
Las horas pasaron volando llamando a todos lados. John aún no sabia de los suyos y yo no podía contactarme con Isabella ni con Maria. Por la radio se podía percibir la sensación del desastre, desastre del cual no tendria noción hasta la noche de aquel sábado. Sin embargo, aquí en los condominios la única agitación que habia era de algunas dueñas de casa llorando y uno que otro vehiculo saliendo hacia el exterior. Gracias a la luz de la luna, pudimos chequear los rededores y saber que ninguna casa había sufrido daño estructural. Por esto y por la paz que a ratos se apoderaba del lugar, nunca nos imaginamos lo que verdaderamente ocurrió a nivel país, hasta que por la radio se informó del primer muerto, y minutos más tarde, el desplome de un edificio en Concepción.

Luego de incontables intentos por comunicarnos con nuestros familiares y amigo, llegó la resignación. Lo ocurrido era demasiado grande y potente, por lo mismo sería muy difícil tomar contacto con el exterior. Decidimos ir a dormir para que las horas pasaran más rapido, a demás, al otro día tenía que ir a trabajar. Pero nadie durmió. Creo que hubieron replicas del terremoto cada cinco minutos, las que fueron de una considera magnitud. Tal situación nos impidió cerrar los ojos.