"Bien" comenzó a mirar los mandos, ordenando las ideas "Primero debes presionar hasta el fondo el embriague. Luego, bajas el freno de mano, pasas a primera y comienzas de a poquito a pisar el acelerador, mientras vas soltando el embriague"
Miré hacia el frente y estrangulé al manubrio entre mis manos sudadas. Respiré hondo y comencé a ejecutar las ordenes. El pedal del embriague cedió hasta atrás, bajé el pesado freno de mano y pasé el cambio a primera.
"Ahora empieza, de a poco, a pisar el acelerador" me dijo, observando atenta mis pies en los mandos.
De a poco tantié la sensibilidad del pedal acelerador. La aguja de la revoluciones subió hasta veinte e ingenutamente pensé que ya era el momento. Solté de un tiro el embriague y el vehiculo dío una fuerte acelerada y luego un remezón. Ella cayó del asiento del copiloto. El automovil se detuvo y todo fue silencio.
"¡Disculpa!" le dije asustado.
"Filo" me dijo muerta de la risa "Hacelo otra vez"
¿Otra vez?
Miré hacia la calle desocupada, la cual se perdía en la espesa oscuridad de la noche. Volvió el cambio a neutro y activó el freno de mano. Pisé hasta el fondo el embriague, pasé el cambio a primera, desactivé el freno y comencé, con miedo, a pisar levemente el acelerador, mientras que con recelo iba soltando el embriague. El vehiculo no se movía. Ella miraba el lector de las revoluciones.
"Suelta un poco el embriague" me dijo.
Solté un poco el embriague y bajo un leve, casi imperceptible, movimiento el auto comenzó a avanzar. Me puse alerta y mi vista se fijó en el frente. El vehiculo comenzó a tomar un pequeña, pero para mí era una considerable velocidad.
"Dale. Maneja" me dijo mirando hacia el frente.
"¿Cómo freno?" le pregunté ya nervioso. Había avanzado demasiado.
"Pisa el embriague. Vuelve a neutro. Suelta todos los pedales y empieza a pisar de a poquito el freno"
Como automata empecé a ejecutar las ordenes y el vehiculo se detuvo. La miré nervioso y tenso. Ella tan sólo reía.
"Vas bien, Omar. Nunca nadie en la primera clase logra encederlo"
Yo, bajo mi nerviosismo, sólo podía asintir el elogio.
La cuestión fue que después de unas cinco vueltas, logré llegar hasta el tercer cambio, a unos sesenta kilometros por hora.
Nunca, nunca en la vida, y sé que esto lo he dicho muchas veces, pero esto me tiene sorprendido... nunca con palabras o letras había logrado describir lo que pasa. Le dije que podiamos detenernos en unas calles que aún no están habilitadas para la circulación vehicular. Estabamos en medio del paso de torres eléctricas, alejados un poco de la civilzación, siendo rodeados por miles de héctareas de pasto esteril y silencioso, custodiados por el filmamento palpante de destellos distantes. A veces el pasar de desesperados autos rompía el silencio de nuestras miradas ¿Por qué llena tanto el sólo mirarnos? Es que sé que las miradas siempre me han cautivado, pero ¿Qué es ese brillo en sus ojos? ¿Tan simple es la vida y el amor? No dice nada y me abosorbe hacia el centro de su corazón; de su querer. Me acaricia que como si fueran las últimas horas de una vida prestada, apunto de ser de vuelta. Y a veces se duerme entre mis brazos y afuera el tiempo corre agitado, enfurecido al nosotros ser inmunes a él. Me quita la importancia de que al otro día sigue todo de nuevo, y no me obliga a vivir un martirio para llegar a ser algo. Ya somos lo que somos y así somos felices ¿Cuesta tanto entenderlo? No sé. Las personas buscan de un cuidado o las satisfacciones corporales. Nosotros tan sólo nos reímos. No tengo más palabras para decir qué es o cómo es. Lo único que puedo deducir es que si no entiendes estas palabras, que pena por ti.
Nos quedamos hasta las cinco de la madrugada en su auto, no tan sólo mirandonos, obviamente.