Estoy en la maquinación de una nueva histora relacionada con el fin del mundo. En la historia, un chileno es elegido entre las 16 billones de personas que habitan el planeta para elegir a un millón, los cuales sucederan la existencia de la raza humana. El relato se centra en él y en el criterio que toma para elegir a ese millón de personas. Paralelamente, comienza a cumplir un sueño que añoraba con concretar, e irrefutablemente, internandome en los pensamientos y sentimientos del personaje, me hice la misma pregunta.
Fue la última vez que visité Duao, un pequeño pueblo ubicado a 5 horas de Curico, dirección oeste. En dos gigantescas camionetas, fuimos hijos, tíos, padres y abuelos hasta el fin de la tierra, en donde termina el borde costero, cortado drasticamente por la cadena de cerros que separa a aquellos pueblos de la civilización. Son miles de kilometros de arena solitaria y fina, custodiada por el inmenso Pacifico, moldeando el paisaje de un color café, el cual se mezcla con el verde azulado del profundo y enfurecido mar. Sus pesadas y devastadoras aguas se colan con violencia entre los interiores de las rocas que no dejan ver más allá del misterioso norte. Sumido en el silencio, sintiendo que el inmenso cielo te aplasta, es vertiginoso mirar hacia el norte y ser absorbido por la sensación de que la teoria del fin del planeta se hace realidad. La Tierra se corta y cae en cientos de tenoledas de agua hacia el mundo de los dragones que esperan a los valientes que se atreven a explorar más allá. Mi padre quiso ir más allá.
Me tomó de la mano y subimos la montaña de rocas y arena de mar, en una pendiente que en muchas ocaciones nos amenazó con lanzarnos vacío abajo.
Ya arriba, quedar extasiado por la espectacular vista es decir poco. Se podían ver hasta los pueblos más lejanos, sus casas montadas una sobre otra, bordeando los cerros y aferrandose con miedo a la orilla del mar, creando una mezcla de verdes de todas tonalidades. El océano podía ser percibido hasta donde se torna oscuro de profundidad y densidad, creando en el centro del pecho las ganas de querer poseerlo para volverse el ser más poderoso del mundo.
Comenzamos a surcar un estrecho camino de tierra en dirección hacia el desconocido norte, el cual era franqueado por una hilera de arboles de todas las especies, evitando la demencia de querer caer al mar. Y al otro lado, miles de héctareas de cosechas que ahogaban todo lo que separaba a los pueblos costeros de Curico, absorbían por completo la energia del sol, el cual nos acompañó durante todo el camino.
"Es un lugar maravilloso, Jack" trataba de convencerlo "No hay absolutamente nada. Eres sólo tú y el planeta"
"¡Que genial!"
"Necesitamos de algo así" le escribí, siendome inevitable recordar lo polarizado del año que ya moría "Esa paz nos va a hacer bien"
Recuerdo que fue tan repentino el momento en que el bosque y las cosechas desaparecieron, y nos topamos de frente con un nuevo y virgen borde costero, que el tiempo pareció realentelizarse. La orilla del mar serpenteaba oscura atraves de la arena hasta perderse en un roquerío, el cual envolvía con sus peligrosas garras a un navío fantasma. Con olas de hasta tres metros, el océano parecía gritarle a la humanidad su pena y desilución por todo el sufrimiento que se vivía en cada rincón de la Tierra. Fue un momento inolvidable para mí. Y creo recordar que no me quería ir.
"Ningun problema, primo" me dijo Jonathan "Tú sabes que puedes venir para acá cuando quieras"
"¿Crees que haya problema de acampar unos días en Infiernillo? Sabes bien que siempre he querido volver" le dije.
"No" negó "Será bacan volver allá"
En el momento que el sol eclipsaba su omnipotente figura con la fuerza del horizonte, los mayores decidieron volver. Ahora recuerdo que esa fue la última vez que mis pies tocaron las desconocidas tierras de Duao e Infiernillo, el verano antes de comenzar mi amorío con Alejandría. Infiernillo me vio partir sin ninguna experiencia en el cuerpo, sólo con la inocente mentalidad de niño. Acababa de cumplir quince años. Y ahora volveré a él ya habiendo superado todos los baches que, sin lugar a dudas, él me puso como pruebas.