Se conectó tarde. Me dijo que me extrañaba y que esperaba con ansias el sábado. Me informó de un cambio de horario en mi entrada de aquel mismo día.
Ya a la una de la madrugada, cuando los contactos conectados escasean y la cama llama a llenarla, abrí el correo electrónico en busca de un último e-mail. En un recuadro amarillo aparecía su nombre, y el título de su mensaje resaba: IMPORTANTE. Pensé que quizás se debía al cambio de horario. Lo abrí y leí estupefacto: Te extraño mucho.......................
Mi vieja barría el patio. Yo disfrutaba de mi nuevo monitor LCD que compré el martes. Me presenté en la tienda de terno, luciendo el cuello de la camisa sobre el del vestón, peinando hacia atrás, mirando despectivo los productos en excivisón, que sobrepasaban las trescientas lucas. Hasta que un vendedor se me acercó.
"Buenas tardes, señor" me saludó "¿Le puedo ayudar en algo?"
"Vengo persiguiendo a ese monitor desde Falabella Providencia" le dije. No pude evitar sentirme igual a Nicolas Cage en 60 Segundos "Me dijeron que aquí tenían once"
"Así es señor"
"¿Te acordaí de la pitufa con esa canción?" me preguntó mi madre.
Escuchaba "Nada va a Pasar".
"No" le dije, recordando de golpe que aquel tema era nuestro.
"Sí" insistió riendo, pensando que le ocultaba algo "Si yo me acuerdo de ese tema con ella po"
"¿Tú? ¿Y por qué?" le pregunté extrañado.
"No sé"
Abrí el Ares y cambié el tema.
Sintió que ya de nada servía vivir. De nada servía seguir respirando dentro del mundo que alguien le había dado como maldición. Tenía unos diez años en aquel entonces. Tal vez cuando entró a la bomba se acordó de su padre enfermo en aquella camilla allá en San Antonio, de su pequeño perro. Con sus dedos llenos de sangre gangrenada y seca buscó en su sucio bolsillo los quinientos pesos que le quedaban, con los cuales se podría haber comprado un pan y una lámina de chanco, albergando un poco de esperanza respecto a la superviviencia diaria, pero de eso nada quedaba. Le pasó el bidón a la vendedora y le pidió que le virtiera quinientos pesos de parafina ¿Qué iba a dudar la vendedora de un niño pobre comprando unos miseros pesos de parafina? Absolutamente nada. Es más, le dio un poco más para asegurarse de que las tablas que iba a quemar por ahí prendieran bien. Cuando tomó el bidón, casi lo suelta al dejarlo caer a la suerte de la inercia, escuchando como sus débiles huesos, faltos de leche preparada por el amor de una brillante madre, crujieron dentro de su brazo.
Salió para ser atrapado por la penumbrosa mano de la noche que sería eterna, en donde a las estrellas se les había olvidado brillar. Las lágrimas comenzaron a enjuagar la tierra de sus mejillas y supo que era el fin, que ya nada ni nadie lo podía salvar. Que equivocado estaba ese niño que cambió mi vida.
Encontró el lugar mas recóndito y escondido del planeta; el interior de un círculo de arbustos malgastados por el otoño y ahí se sentó. Sintiendo que la vida y al aire lo abandonaban, con las últimas fuerzas que producía las migajas que se había comido hace una semana, abrió la tapa del bidón, dispuesto a beberse por completo el contenido. Hasta que algo lo interrumpió. Sus ojos se encontraron con el brillo de algo que se escondía entremedio del pasto verde oscuro, algo que quizás podía decir su nombre ¿Qué importaba ya? Se dispuso a beber el líquido que le quitaría la vida, pero aquel objeto brilló con aún más fuerzas, como la zarza que le habló a Moises hace unos tres mil años atrás. Dejó el bidón a un lado y tomó aquel blanco y brillante papel. Y algo dentro de si le dijo "Abrelo"
Con sus dedos negros de sangre seca abrió el papel, sintiendo como algo lo invadía por completo. El calor volvía a su cuerpo. Y sus ojos se encontraron con algo que en ese momento no pudo explicar. Eran siete mil pesos. Un billete de cinco y dos de mil.