La mañana de los jueves tiene un comienzo y un desarrollo milimétrico. Tengo que levantarme exactamente dos horas y media antes de que empiece la clase de Emprendimiento Laboral 1. A las 7:30 me estoy levantando para esperar mi turno en el baño después de Ignacio. A las ocho ya voy bajando para tomar desayuno con mi madre. Me estoy lavando los dientes a eso de las ocho y quince. Y a las ocho y treinta voy saliendo para dirigirme hacia el viaje de quince minutos hacia el paradero. La mañana de hoy era fría, así que salí envuelto en mi parca-osopolar en dirección al centro. Ralph y Loise ya se encontraban en el hospital donde seguían los pasos de los misteriosos médicos calbos y bajitos, en el libro Insomnia, y yo estaba cruzando el frente del negocio "La Javi", cuando un raro sentimiento me envolvió. Me giré a observar el palido espectaculo que ofrecia el cielo junto a la tosca cordillera de Los Andes. Una imagen fija y callada, a veces irrumpida por el paso de una bandada de gorriones. No me detuve. Iba justo en lo que a tiempo respectaba. Cerré el libro en mi mano y traté de buscar la explicación a tan rara sensación ¿Qué es diferente? ¿Qué hay de más? ¿Sientes que alguien te persigue? Analizate a ti primero. Y así lo hice. Comencé a explorar en mí lo raro que había amanecido aquella mañana. Pero ¿Qué era? Mis ojos estaban tan miopes como anoche. El aire entraba escarchado por mis narices. Mis testiculos estaban donde tenían que estar ¿Qué mierda era?
Fue hasta que persiví que el cambio estaba en mi caminar. Mi caminar iba bien, pero algo le faltaba ¿Qué? Miré hacia el suelo y mis zapatillas negras y blancas estaban en su lugar. Llevaba puesto los pantalones míos, no los de Ignacio. Los botones que hacían de cierre cerrados. Y de repente noté la estremecedora verdad. Lo que tenía que apretarme en la pierna izquierda a cada momento que daba un paso adelante no estaba ahí: mi billetera. A diez minutos de casa me doy cuenta que no llevaba la puta billetera, en donde están mi carnét, la visa, mi tarjeta de debito, la foto de mi familia en miniatura, los treinta mil pesos para pagar Agosto en el Nova, el carnét de la biblioteca, una vieja carta de Daniela que aún no tiro a la basura, y lo más importante y trascendental: el maldito pase escolar.
Devolverme comprendería diez minutos agregados al viaje. Llegar diez minutos atrazado a la clase de Wilma Quezada siginifica quedarse afuera y quedar ausente.
Anteanoche soñé con ella. Estaba en mi pieza. Afuera el día estaba nebuloso. Las casas de atrás de mi patio aún no estaban construidas, así que el terreno era ocupado por atletas para practicar trote durante la mañana. Ella pasó corriendo con aquel buzo sport Everyday y su top de color calipso, que dejaba ver su marcado vientre. Pasó corriendo, pero no se percató de mi presencia.
Cuando desperté, una extraña sensación me dificultaba el paso del aire por mi garganta. Era la angustia de la espera y de la incompresión de todo lo que había sucedido. Sólo pude levantarme e iniciar el nuevo día con el recuerdo de su sonriza en mi mente.
La primera vez no existió para nosotros. Nunca tuvimos una primera vez, ni siquiera cuando nos conocimos ¿Por dónde parto? Por Cristopher. Él era, no sé si aún, propinero del Tottus. Nos hicimos muy amigos una noche que salimos a la disco con cuatro compañeras mías. Gracias a él, conocí a Eli, su novia. Eli era aquella niña de dieciseis seria y gruñona. No era capaz de mirar a nadie al hablar, escondía sus ojos bajo la penumbra de la vicera y no le importaba tener malas conductas. Ella sólo se dedicaba a hacer su trabajo: empacar, y no hablaba con nadie, salvo con Cristopher. Pero aún así, yo era capaz de sacarle sonrisas y crear una conversación que duraba aquellos instantes que no pasaba nadie por mi caja. Fue al otro fin de semana cuando me fijé que a parte de su pololo, Eli tenía a otra propinero, o empaque, como confidente, muchacha con la cual hablaba y reía mucho. Creo que fue un domingo que al cierre estuve con Eli trabajando. Todo iba bien en mi vida; vivía en el este de la comuna, estudiaba algo que en cierta medida me acomodaba y con Daniela comenzabamos a arreglar nuestra situación, otra vez. Todo perfecto y rosado hasta que apareció la amiga de Eli. Mientras atendía a los clientes en mi caja, tenía el cuchicheo de sus voces finas en mi oido, haciendo rebotes cada vez que reían de algo que les parecía vergonsozo. La situación me empezó a incomodar, y Eli ya no tenía ese aspecto de mujer concentrada en sus quehaceres. Y lo único que hacían era hablar, hablar y hablar. Así que en mi afán de hacerle ver a la cuiquita de la amiga de Eli, porque la mina gesticulaba y dejaba quebrar mucho su muñeca derecha, dejando caer una y otra vez su codo sobre la mano izquierda, que estabamos trabajando y que si distraía a MI propinera, entorpecia MI trabajo. La cuestión era que no sabía con qué pegarle un pape sin ocupar mi mano. Así que paciente esperé, ya que casi siempre algo se asomaba como diciendo "Ocupame a mí para demostrarle lo que piensas". Y para suerte mía ese algo no demoró en aparecer. El rollo de boleta de mi caja se estaba agotando. Cuando aparecían gruesas líneas rojas en el papel al salir quería decir que ya quedaba muy poco papel. Fue así que, cuando los clientes me dejaron respirar un poco, me giré hacia ellas con mi plan en la punta de mis labios.
"Propinera, valla a buscarme un rollo de boleta... por favor" le dije caballerosamente sonriente.
Nathalia no pudo decir nada. Quedó anonada. Estupefacta. Quizás irritada. Eli lo único que quería era reventar a carcajadas.
Me hizo un desprecio y se dirigió hacia la que era su prima.
"De ahí seguimos conversando Eli" le dijo. Luego se giró y caminó en busca a lo que yo le había mandado. Los cajeros teníamos a lo menos despreciable facultad de mandonear a los propineros.
Al otro día, en la mañana, mi propinero era Cristopher. Todo aún seguía tan perfecto como podía seguir, hasta que Nathalia llegó a saludar a mi propinero, para luego dirigirse a mí y saludarme.
"Hola, cajero" dijo sonriente.
"Hola, propinera" le respondí un tanto envuelto en algo raro.
Ella dice que ese no fue el origen, que fue más atrás. Al final nunca nos pudimos colocar de acuerdo. Pero ahora eso ya no importa. Yo lo único que pido es que no pueda tener el recuerdo de su existencia como del día en que por primera vez nos miramos a los ojos.
La sala queda en el cuarto piso. Quizás eran las diez veinte. Diez minutos tarde. Wilma no me dejaría entrar. Sin embargo, cuando llego me encuentro con que era ella la que no había llegado. Dentro de la sala estaban Carlos, Pedro y Gloria sentados. Los saludé jadeante de respiración, transpirando hasta los pelos.
"¿No ha llegado?" me quise convencer.
"No" fue la respuesta a coro.
La cosa fue que en el mural de Coordinación Docente, oficina en donde se puede preguntar cualquier información acerca de un profesor, estaba pegado un papel que rezaba: WILMA QUEZADA NO ASISTE. LICENCIA MEDICA. DESDE EL 31/8/09 HASTA EL 4/09/09
"Si hubiera sabido no habría venido hoy. Es la única clase que tengo" reclamó Gloria.
Te juro que yo no me habría despertado dos horas y media antes.