Me inscribí en la biblioteca de Puente Alto antes de ayer, procurando buscar una de las novelas más largas que podía encontrar en la pobre estanteria. Fue el único remedio que se me ocurrió para que en esos momento en que tan sólo se mira el cielo mi mente no se llenara de los recuerdos de sus labios y del deseo de haberla besado. Es por eso que saque una obra de King, Insomnia, de casi novecientas exquisitas páginas de misterio y suspenso. Tambien le saqué un libro a mi madre para que leyera.
Al otro día, sábado, fui con Pablo donde Paty. Recuerdo que en la cara de los tres había esplendidas sonrisas de amistad, una rica nostalgia de ir bien, de que los días de lluvia habían pasado(que pobre metafora) y que nunca iba a acabar. Recuerdo que escuchabamos reggeton o regeaton, da lo mismo, y estabamos tendidos sobre la cama de Paty, mirando el techo mientras conversabamos. Pablo estaba con alguien en su trabajo. Una mujer esplendida y todo lo que se puede decir de alguien que a uno lo ilusionaba desde el primer momento en que la ve. Aquello duraría poco. Paty pololeaba con el entrenador de futbol de su hermano menor, un tal Danilo. Y yo, yo el día anterior había dado un beso que nunca podré olvidar. Recuerdo que ese día lo catalogamos como el día feliz. Pero para ellos dos duraría poco.
Al otro jueves, antes de regresar a clases, Sebastían organizó una junta con Marcelo, su hermana y ella. Ella había estado incrustada en mi mente toda la semana, y en la conversación de tarde con Jack y en el Messenger con mi prima Dominique. Había estado en mis sueños y en las memorias de un beso que no me podía sacar de los labios. La extrañé toda la semana hasta ese jueves, en que apareció caminando después de bajarse de la micro troncal en compañía de Marcelo y su hermana. Que hermosa era, es, perdón, con aquella sonrisa que me hacía emocionarme de felicidad. Pero nos saludamos de beso en la mejilla y juramos buscarnos con la mirada.
Después del pool, vino un pub en Republica, unos besos más y nuestras manos entrelasadas bajo la mesa. Fue cuando me di cuenta que me gustaba de verdad y que en sus ojos podía ver estabilidad. Tambien fue en ese momento cuando me di cuenta que su nerviosismo se manifestaba con una fuerte sudoración en sus pequeñas y finas manos, que al rato se enfriaban y yo las podía entibiar con el calor de las mías. Le pedí que estuvieramos juntos.
Nos vimos el domingo y la acompañé a ver pinturas de arte a un museo al frente del parque Forestal, parque que nunca en mi vida había visto. Caminamos tomados de la mano, disfrutando como parejas de hace años los trabajos de pintores que no conocía.
Jack e Isabella ya no se hablan. Aquello de ellos ya era como un vicio destructivo. Cada uno era un cancer en la vida del otro, teniendo ambos las tijeras para cortar el tumor, pero aún no son capaces de hacerlo. Que mal que se dieron las cosas entre ellos. Como las mía con Nathalia. Un día todo cayó y nunca supe por qué, sólo se derrumbo todo y no pude hacer nada por volver a edificarlo. Ahora estoy escribiendo mientras hablo con Jack de la idea de partir de cero, aunque cueste, esperando que Nathalia vuelva y me de una explicación, una convincente y aceptable explicación.
Uno nunca sabe en que momento todo puede cambiar, y existiendo esta ley de la vida ¿Sirve de algo vivir preparado para ser arrollado por un tren? Ser un paranoico nos privaría de tantas cosas.
A Daniela le pedí pololeo el miercoles uno de Agosto, una tarde nublada como la de ayer, en el oeste de la ciudad. Que tarde más maravillosa fue esa.