Tomo la electroradiografía. Me cuenta que le hacían mover las extremedidades y la maquina alcanzaba a fotografiar el paso de la electricidad recorrer sus nervios y el rededor de sus venas. Y es increible. Se puede ver el nido tan temido por todos; tan insignificante y destructivo. Lo abrazo dejandome abordar por el nudo de mi pecho, y él, como siempre, sonríe como si nada pasara, porque para él nunca nada ha pasado.
Es extraño nuevamente sentir aquella angustia asesina, oscura, porque las respuestas ambiguas vuelven. Nadie prefiere decir nada, sólo optan por hacer más reuniones para estudiar el dificíl caso.
Observo nuevamente el examen y miro el tamaño de la malformación, y unos pequeños números me dicen que mide tan sólo cinco milimetros. Cinco milimetros de sufrimiento e incertidumbre, de no saber cual es la mejor decisión para él, y sólo hay llamadas y papeles encima del escritorio.
"Puede que quede con secuales graves" dicen los médicos "Así que vamos a analizar el caso" y son horas más de esperar y esperar, y de verlo a él sonreir como si nada pasara.