viernes, 31 de julio de 2009

Capítulo 1: El Punto




Ocurrió en un momento que a veces no puedes recordar. Quizás ellos no lo recuerdan, ni tú tampoco. Tan sólo sucedió y de alguna forma u otra es sólo un recuerdo imborrable, pero no importante. Sin embargo, creo que es el inicio de un algo y el fin de los sueños. Fue aquel instante en que dejamos de ser los reyes del mundo y pasamos a ser insignificantes piezas de nuestras desiciones, algoritmos de las ecuaciones en las cuales nosotros decidiremos quienes son X y quienes son Y.



El punto en que las Navidades dejaron de ser un Noviembre de ansias y las vacaciones dos semanas de felicidad se fijó en mi vida a los quince años de edad. Mi novia, Alejandría, había bebido más de la cuenta esa noche, y como siempre, era yo el que tenía que afirmarle sus negros cabellos grasos mientras le sobaba la espalda al vomitar.

"Vota todo, mi amor" le decía, aguantando el putrefacto olor del Pisco rancio y los tallarines de la tarde. Ella se retorcía al momento que su estomago hacía todo lo posible por expulsar el elixir de alcohol y papas fritas descompuesto en él. Recuerdo que nos acostamos en la pieza de Pablo, el dueño de la casa y la junta organizada. Se acurrucó hacia el rincón y su consiente de apagó. Por un momento le acaricié el pelo, bajo la oscuridad, la única que veía mi pena por estar con alguien tan así. Sentía que me habia enamorado, pero por otro lado un algo me obligaba a preguntarme si tenía la suficiente experiencia para decir que a los quince años ya soñaba con una casa e hijos. Fue cuando se despertó y me miró, se acercó y me besó. Puedo asegurar que no fue un exquisito beso, pero le correspondí la caricia, para evitar una estupida discusión. Me abrazó y dejó que la exitación ahogara su cuerpo. Sinceramente, aunque no era de mi agrado besar a una borracha, le seguí el juego hasta rozar el placer de tocar su cuerpo y besar su morena piel.

Los domingos sus padres, una neurotica y un ex reo, caminaban alrededor de una hora para llegar al punto evangelico. Ella cuidaba a los hijos de su hermana que ya no vivía en aquel departamentucho. Entonces, para sasear los nervios que me desgarraban la cintura, la iba a visitar. Nos escondíamos en la pieza de sus progenitores, un cuarto de dos por dos metros, con una cama de plaza y media, con un viejo y robusto armario reduciendo aún más el espacio en aquel lugar. Los dos pequeños estaban en el living-comedor-cocina, viendo Shrek, la película que nos permitía una hora y algo de sexo amateur. Pero para esa tarde había un acuerdo hecho, pactado la noche anterior, cuando entre gemidos me dijo que quería perder la virginidad. En realidad, ese era el nombre que yo le ponía, como un tipo de pantalla para mi mente de niño, porque en realidad ella me había dicho "Lo quiero hacer por adelante"

Alejandría tenía en ese entonces diechiochos años. A mi madre no le agradaba, después de que protagonizáramos una fuerte discusión en una once de viernes. Estaba a meses de salir de cuarto medio y ya había cazado a un joven para irse a vivir en su soñado departamento de Providencia, comprarse su Toyota Yaris y tener un hijo igualito a él: yo. Y en esa tarde nos disponíamos a hacer "El pruebe". Ella se preocupó de escucharse gritar lo más fuerte que podía y yo de susurrarle vacíos "te amo" los cuales estoy seguro que eran dichos por el yo que quería creer que quería todo lo que ambos soñábamos.
"Y ese va a ser el recuerdo de mi primera vez" le dije a Jack, unas tardes después de lo sucedido.
"¿Y ella no era virgen?" me preguntó extrañado.
"Ya no sé que pensar" le dije agotado.
"No te ves bien"
"Algo raro me está pasando hacia ella" le dije con sinceridad, mostrándole mi angustia "Pero no sé que puede ser"
Jack sólo se dedicaba a escuchar, ya que él era, por así decirlo, el más retraído del grupo, y del tema no tenía mucho que opinar. A demás, su mente aún estaba en pañales, no teniendo muchas ideas o consejos que aportar.
"Mira, no te miento, todo con ella es genial, pero hay algo que no va bien hace tiempo. Si tan sólo supiera lo que es"
Mi mente ya quería comenzar a explorar otras cosas, equivocarse y pelear, desilusionar e ilusionar, saber la verdad y saborear el placer de las mentiras, pero yo no la escuchaba, y por mucho tiempo dejé que los demás influyeran en mis movimientos a seguir.

Pablo era el que se creía sobresaliente, pero era un simple mortal, igual que nosotros. De él lo que puedo contar es poco en aquel año que transcurría. Hasta aquel entonces salía con una misteriosa Tamara, de un liceo comercial ubicado en Gran Avenida, donde yo tenía un grupo de tres amigas. Ella vivía a veinte minutos a pie del pasaje en donde todos vivíamos. Por lo que él me contaba, era alta, de pelo castaño y tes blanca, y como todos creíamos que eran las chicas a esa edad:
"La mina es bacan conmigo" me decía.
Y así era, todas eran unas princesas en nuestro cuento de hadas, hasta el momento en que despedasaban sus trajes y se convertían en feroces dragones que nos querían calcinar a toda costa.



Era el caso de Roberto, el mayor del grupo. Para su desgracia se había enamorado de la que era un caso perdido para él, mi amiga de la iglesia: Paty. Mi amiga Paty, de hasta ese entonces de dieciocho o diecinueve años de edad, no recuerdo bien, era aquella adolescente de población que nunca se quedaba callada frente a ninguna injusticia, siempre tenía algo que decir, y desde la noche de mi cumpleaños número quince, pasó a convertirse en la mujer del grupo, y el amor de Roberto. El único problema era que, a pesar de que mi amigo era un fino cazador de chicas, Paty lo veía como un gran amigo, muralla irrompible en las mujeres.

Para Roberto cada carrete o asado que se hacía, era una nueva oportunidad para llegar al frío corazón de mi amiga. Pensaba lo mismo de las visitas que le hacía, de los regalos que le daba, sin embargo, en el grupo nadie era capaz de decirle que estaba perdiendo el tiempo. Y a pesar de todos los "No" él había tomado una desición, había decidido dejar ser el niño que era hábil en el baloncesto y optó por jugarse todas sus cartas frente a la mujer que tan sólo podía pensar en él como un excelente y buen amigo.
"¿Por qué no pueden probar siquiera?" me preguntaba las veces que no había nadie y nos tomabamos un cooler en el jardín de mi casa "A mi no me importaría tener que probar sus labios para que ella decida si me quiere como amigo o como algo más" decía, mientras sorbía un poco del vino con sabor a manzana.
"¿No has pensando en rendirte?" le pregunté ya desinterezado en el repetido tema.
"Creo que es lo mejor" decía melancólico.
Pero hacía falta una noche de jerga, unos cortitos de Pisco y el licano, como él se apodaba, volvía a la caza de la princesa imposible. Y pensar que ahora no se pueden ni ver.

Y llegó el fin de segundo medio. Estudiaba en un liceo de hombres en el centro de la capital, y los dos primeros años, primero medio y segundo medio, respectivamente, era el tiempo que te daban para elegir que electivo continuar. Junto a Sebastian y Marcelo seguimos Biólogo Matemático, aunque tiempo después me daría cuenta que mi vocación iba por otra parte.
Obviamente, como todo fin y comienzo, viajamos al norte de la ciudad para celebrar con una fiesta la despedida de segundo. Estaba todo dispuesto; alcohol, bebidas, papas fritas y mujeres. Marcelo fue con su homologo mujer, su hermana Adeliz... disculpen la talla, pero es que eran muy iguales. Yo fui acompañado por la que en ese entonces era mi mejor amiga, Andrea, y su compañera de curso, Beatriz.
Para ese día de Diciembre, a unas dos semanas de cumplir dieciséis, las cosas con Alejandría no iban bien. Sinceramente la idea de ser lo que ella quería que fuéramos me empezó a asustar, el problema era que no sabía como decirselo, ya que la vez de tratar de asomar hacia la luz el tema, todo se convirtió en una escandolosa discusión. Estaba atrapado tras las ideas de un hombre, sin embargo, era un niño que sólo quería correr, no sabiendo como iniciar la carrera. Pero gracias al destino, o lo que sea, esa noche había alguien que me iba a dar el empujón, el gran empujón, yo tenía que estar listo para lo que se aproximaba.
Beatriz me hizo sentarme a su lado, despúes de bailar toda la noche y beber un poco más de la cuenta.
"¿Qué es lo que les gusta a los hombres que nosotras les hagamos cuando tienen sexo?" me preguntó con su trabada lengua.
Yo reí con desborde, y me acurruqué en su falda, luego me giré hacia su mirar y observé las estrellas. Dejé de sonreír y en mí reformulé la pregunta: "¿Qué he esperado yo que Alejandría me haga cuando estamos en la cama?"
"Si ocupas el arma que Dios les dio, no creo que nunca más tengas que hacer esta pregunta" le dije levantándome, poniéndome a la altura de sus ojos. Beatriz tenía esa exquisita cabellera que a mí me derretía por completo. Y para buena suerte mía, me siguió el juego.
"¿Y cual es esa arma, según tú?" me preguntó.
"La sedución" le respondí.
Luego fue el sillón y a la hora ya había tomado la determinante desición de finalizar mi extraña y sínica relación con Alejandría, lo que desencadenaría en una serie de eventos que me harían aprender de esto llamado vida.