
Aprendí que las mujeres son capaces de liberar un tipo de infección que es capaz de contagiar solamente a los hombres, un virus silencioso capaz de alojarse en nuestra mente y en el mecanismo de nuestras acciones. Lo descubrí aquel lunes que terminé con Alejandría. Era el día en que mamá trabajaba todo el día y mis dos hermanos iban al colegio en la tarde. Supuestamente la llamaría ese día para que fuera a pasar la tarde conmigo, pero no lo hice. No la quería ver. Así que tomé el teléfono y la llamé. Le dije que la junta fue todo un exito, que la había pasado muy bien, y que quería terminar con ella. Creo que estuvimos discutiendo una hora y un poco más, escuchandola gritar, yo diciendole que ella había fallado y ella diciendo que si no volvíamos se suicidaría. Lo tomé como la tipica pataleta del fin, aunque tomé mis precauciones.
Sinceramente, unos meses atrás nunca me habría imaginado aquella situación, sí, tengo que ser sincero, ya que pensaba que lo nuestro nunca iba a terminar, sin embargo, las cosas sólo ocurren y hay que seguir. El problema fue que en ese entonces yo no lo veía así.
El primer síntoma de haber adquerido el virus feminino es cuando tus amigos te reclaman y enfurecidos te dicen "Parecí mina" Y semanas después, en un intento de Pablo y Jack por distraerme de lo sucecido, me di cuenta que el primero ya estaba contagiado. Ese día, muy temprano en la mañana, me llevaron al mall Plaza Vespucio: el mall del pueblo. Lo llamaban así porque ahí llegaba la familia de la Legua, la José Maria Caro y un montón de comunas periféricas que colindaban con el gigante comercial. La Navidad y Año Nuevo se aproximaban, así que Pablo iba empeñado en comprarse ropa para las proximas ocaciones. Fuímos a Ripley, Falabella, Johnson y Almacen París. Recorrimos las secciones de poleras, camisas y blue jeans de cada una de las tiendas recíen nombradas. Hasta que llegó el momento en que con Jack dedujimos que Pablo ya se había decidido, se nos acerca y nos dice "No me gustó nada" observando algunos de los estantes con blue jeans, buscando convencerse de alguna prenda a la fuerza "¿Vamos al Mall Florida Center?" nos preguntó con una sonrisa desplegada de oreja a oreja. Me dolían las piernas y ya comenzaba a escuchar a mi estomago pidiendome comida, pero no quise desilusionarlo diciendole que su intento por "despejarme" estaba fracasando, así que lo seguimos hasta el Florida Center, el competidor directo del Plaza Vespucio. Y allá fue lo mismo, una tienda tras otra, una sección tras otra, para llegar donde nosotros y rascandose los pelos castaños nos dijo: "¿Saben qué? Me gustó mas una polera y un jeans que vi en Falabella del Plaza Vespucio ¿Vamos?" Y no alcanzamos a responderle cuando se da la media vuelta y emprendé el caminar hacia la salida. Es ahí cuando Jack decreta el diagnostico.
"Este conchesumadre parece mina, gueón" dijo entre dientes.
Notoriamente mi amigo estaba en lo correcto. Pablo se había contagiado de la capacidad de las mujeres de no tomar la decisión en el momento que tiene que tomarla, dejandose envolver por el lado sentimental de sus cerebros. Temía de que Pablo pensara que si no compraba la polera roja, esta comenzara a llorar.
"¡Roberto!" gritaba. Quizás era el quinto llamado que hice esa noche del primero de Enero. Hace una hora habíamos despedido al 2005 y ya estábamos disfrutando de los primero minutos del 2006.
"¿Por qué se demora tanto?" reclamó Pablo.
Jack y yo lo miramos dejándole en claro que él no tenía derecho a reclamar.
Fue cuando el pequeño jardín se vio iluminado por la luz del living al abrirse la puerta. Roberto salió en camisa y blue jeans, con el pelo húmedo de crema, listo para... para ir a sentarnos un rato a la plaza. Sí, porque no había que ir a buscar ni ver a nadie más, o por lo menos era eso lo que yo creía.
Fue a eso de las tres de la madrugada cuando del que menos me lo esperaba salió una idea que me desagradó.
"¿Vamos a ver a Alejandría?" preguntó al grupo Jack. Y ese sería el inicio de lo que casi fue el fin.
"Si, deberíamos ir a verla" dijo Víctor, un quinto y no menos importante integrante del grupo.
"Yo me quedo" dije con obviedad.
"¡Pero vamos!" me invitó Roberto.
"No" dije riendo "Ustedes saben que yo ni loco me voy a meter a esa casa" dije, haciendo notar mi disgusto por la idea.
Era noche de Año Nuevo y lo que más quería era estar con ellos ¿Por qué no veían eso?
"Vamos un rato" dijo Pablo "Y después volvimos"
"Ya" contestaron todos a coros.
¿Los había contagiado Alejandría de un cancer que los hacía estar con ella? O mucho peor ¿Estaban de acuerdo con ella después de lo que había ocurrido?
"¡Es una perra!" ladró Paty. Ella la odiaba desde la primera vez que la vio. Decidí partir a su casa la tarde del dos de Enero. Los chicos nunca más llegaron la noche del primero.
"No sé" dije, tratando de entenderlos "Ella es mujer y quizás los necesita más que yo a ellos"
"Pero ellos son tus amigos y no pueden preferirla a ella por sobre ti" reclamó "De verdad que no los entiendo"
Yo tampoco.
A pesar de todo, no me quería dejar abordar por la melancolía y la soledad, así que del tema me olvidé, pero no me defendí, lo que más tarde repercutió con devastación, ya que comenzaron a ocurrir situaciones que me harían emprender un viaje del cual retorné hace muy poco. Para empezar a entrar en el tema, les hablaré un poco de Víctor. Víctor era el chico revolucionario del grupo, de pelos largos, escuchaba música pesada, iba contra el sistema y no creía en Dios. Me agradó desde el momento en que Pablo dijo que en la población había llegado un compañero del liceo a vivir en el pasaje donde Roberto vivía. Era ese amigo que te arreglaba el computador, el que te acompañaba a internet y con el que podías ver peliculas toda una tarde de invierno. Le tenía confianza y le contaba todo lo que ocurría con Alejandría. Fue así como aquel verano empezaron a demarcarse demasiadas cosas. Jack y Víctor pasaban días enteros con Alejandría. Eran casi íntimos. Y yo comencé a afiatarme más hacia Pablo. Roberto jugaba un papel neutro dentro de todo lo que estaba sucediendo.
Recuerdo que Pablo llegó a mi casa la primera semana de Marzo. Las clases en el liceo ya habían empezado.
"Creo que Víctor y Alejandría están juntos" me dijo.
No sé por qué, pero mi cuerpo pareció despegar del piso. Sinceramente no lo podía creer.
"¿Víctor?" le preguntó la parte racional de mí.
"Extraño ¿Cierto?" me dijo él.
Siendo sinceros, Víctor no era muy agraciado. Era ese prototipo de hombre alto y descuidado de sí, con aquella nariz de tabique parecido al de una fractura expuesta, no teniendo ni siquiera voz para hablar con una mujer.
"Jack me dijo algo la semana pasada, yo yo los vi en San Bernardo el otro día" relató.
Fue raro escuchar el nombre del Jack, ya que no nos veíamos muy seguido.
Esa noche me preguntaba por qué me dolía escuchar lo que Pablo vio, si ya no eramos nada. Tal vez me estaba contagiando de algo que no me quería enfermar: la inmadurez.
Lo peor que Alejandría y Víctor pudieron hacer fue tratar de ocultar lo que tenían. Mi ex volvió al grupo y era de todos los fines de semana verla con nosotros en la plaza, descargando miradas de complicidad con mi amigo, si es que le podía llamar así. Y así fue como me di cuenta de algo que era sumamente terrible y vicioso. Me había contagiado del llanto desahogador que las mujeres ocupaban para sufrir los dolores de la vida. Me escondía en la oscuridad de la cocina, después de una noche de junta, y ahí dejaba salir todo, pero a la vez todo se iba quedando guardado. La rabia y la pena dejaron fluir a otro yo, mientras que el verdadero se escondió en un cuarto del cual en mucho tiempo no pudo salir