viernes, 31 de julio de 2009

Capìtulo 2: Virus



Aprendí que las mujeres son capaces de liberar un tipo de infección que es capaz de contagiar solamente a los hombres, un virus silencioso capaz de alojarse en nuestra mente y en el mecanismo de nuestras acciones. Lo descubrí aquel lunes que terminé con Alejandría. Era el día en que mamá trabajaba todo el día y mis dos hermanos iban al colegio en la tarde. Supuestamente la llamaría ese día para que fuera a pasar la tarde conmigo, pero no lo hice. No la quería ver. Así que tomé el teléfono y la llamé. Le dije que la junta fue todo un exito, que la había pasado muy bien, y que quería terminar con ella. Creo que estuvimos discutiendo una hora y un poco más, escuchandola gritar, yo diciendole que ella había fallado y ella diciendo que si no volvíamos se suicidaría. Lo tomé como la tipica pataleta del fin, aunque tomé mis precauciones.

Sinceramente, unos meses atrás nunca me habría imaginado aquella situación, sí, tengo que ser sincero, ya que pensaba que lo nuestro nunca iba a terminar, sin embargo, las cosas sólo ocurren y hay que seguir. El problema fue que en ese entonces yo no lo veía así.

El primer síntoma de haber adquerido el virus feminino es cuando tus amigos te reclaman y enfurecidos te dicen "Parecí mina" Y semanas después, en un intento de Pablo y Jack por distraerme de lo sucecido, me di cuenta que el primero ya estaba contagiado. Ese día, muy temprano en la mañana, me llevaron al mall Plaza Vespucio: el mall del pueblo. Lo llamaban así porque ahí llegaba la familia de la Legua, la José Maria Caro y un montón de comunas periféricas que colindaban con el gigante comercial. La Navidad y Año Nuevo se aproximaban, así que Pablo iba empeñado en comprarse ropa para las proximas ocaciones. Fuímos a Ripley, Falabella, Johnson y Almacen París. Recorrimos las secciones de poleras, camisas y blue jeans de cada una de las tiendas recíen nombradas. Hasta que llegó el momento en que con Jack dedujimos que Pablo ya se había decidido, se nos acerca y nos dice "No me gustó nada" observando algunos de los estantes con blue jeans, buscando convencerse de alguna prenda a la fuerza "¿Vamos al Mall Florida Center?" nos preguntó con una sonrisa desplegada de oreja a oreja. Me dolían las piernas y ya comenzaba a escuchar a mi estomago pidiendome comida, pero no quise desilusionarlo diciendole que su intento por "despejarme" estaba fracasando, así que lo seguimos hasta el Florida Center, el competidor directo del Plaza Vespucio. Y allá fue lo mismo, una tienda tras otra, una sección tras otra, para llegar donde nosotros y rascandose los pelos castaños nos dijo: "¿Saben qué? Me gustó mas una polera y un jeans que vi en Falabella del Plaza Vespucio ¿Vamos?" Y no alcanzamos a responderle cuando se da la media vuelta y emprendé el caminar hacia la salida. Es ahí cuando Jack decreta el diagnostico.
"Este conchesumadre parece mina, gueón" dijo entre dientes.
Notoriamente mi amigo estaba en lo correcto. Pablo se había contagiado de la capacidad de las mujeres de no tomar la decisión en el momento que tiene que tomarla, dejandose envolver por el lado sentimental de sus cerebros. Temía de que Pablo pensara que si no compraba la polera roja, esta comenzara a llorar.

"¡Roberto!" gritaba. Quizás era el quinto llamado que hice esa noche del primero de Enero. Hace una hora habíamos despedido al 2005 y ya estábamos disfrutando de los primero minutos del 2006.
"¿Por qué se demora tanto?" reclamó Pablo.
Jack y yo lo miramos dejándole en claro que él no tenía derecho a reclamar.
Fue cuando el pequeño jardín se vio iluminado por la luz del living al abrirse la puerta. Roberto salió en camisa y blue jeans, con el pelo húmedo de crema, listo para... para ir a sentarnos un rato a la plaza. Sí, porque no había que ir a buscar ni ver a nadie más, o por lo menos era eso lo que yo creía.
Fue a eso de las tres de la madrugada cuando del que menos me lo esperaba salió una idea que me desagradó.
"¿Vamos a ver a Alejandría?" preguntó al grupo Jack. Y ese sería el inicio de lo que casi fue el fin.
"Si, deberíamos ir a verla" dijo Víctor, un quinto y no menos importante integrante del grupo.
"Yo me quedo" dije con obviedad.
"¡Pero vamos!" me invitó Roberto.
"No" dije riendo "Ustedes saben que yo ni loco me voy a meter a esa casa" dije, haciendo notar mi disgusto por la idea.
Era noche de Año Nuevo y lo que más quería era estar con ellos ¿Por qué no veían eso?
"Vamos un rato" dijo Pablo "Y después volvimos"
"Ya" contestaron todos a coros.
¿Los había contagiado Alejandría de un cancer que los hacía estar con ella? O mucho peor ¿Estaban de acuerdo con ella después de lo que había ocurrido?

"¡Es una perra!" ladró Paty. Ella la odiaba desde la primera vez que la vio. Decidí partir a su casa la tarde del dos de Enero. Los chicos nunca más llegaron la noche del primero.
"No sé" dije, tratando de entenderlos "Ella es mujer y quizás los necesita más que yo a ellos"
"Pero ellos son tus amigos y no pueden preferirla a ella por sobre ti" reclamó "De verdad que no los entiendo"
Yo tampoco.

A pesar de todo, no me quería dejar abordar por la melancolía y la soledad, así que del tema me olvidé, pero no me defendí, lo que más tarde repercutió con devastación, ya que comenzaron a ocurrir situaciones que me harían emprender un viaje del cual retorné hace muy poco. Para empezar a entrar en el tema, les hablaré un poco de Víctor. Víctor era el chico revolucionario del grupo, de pelos largos, escuchaba música pesada, iba contra el sistema y no creía en Dios. Me agradó desde el momento en que Pablo dijo que en la población había llegado un compañero del liceo a vivir en el pasaje donde Roberto vivía. Era ese amigo que te arreglaba el computador, el que te acompañaba a internet y con el que podías ver peliculas toda una tarde de invierno. Le tenía confianza y le contaba todo lo que ocurría con Alejandría. Fue así como aquel verano empezaron a demarcarse demasiadas cosas. Jack y Víctor pasaban días enteros con Alejandría. Eran casi íntimos. Y yo comencé a afiatarme más hacia Pablo. Roberto jugaba un papel neutro dentro de todo lo que estaba sucediendo.

Recuerdo que Pablo llegó a mi casa la primera semana de Marzo. Las clases en el liceo ya habían empezado.
"Creo que Víctor y Alejandría están juntos" me dijo.
No sé por qué, pero mi cuerpo pareció despegar del piso. Sinceramente no lo podía creer.
"¿Víctor?" le preguntó la parte racional de mí.
"Extraño ¿Cierto?" me dijo él.
Siendo sinceros, Víctor no era muy agraciado. Era ese prototipo de hombre alto y descuidado de sí, con aquella nariz de tabique parecido al de una fractura expuesta, no teniendo ni siquiera voz para hablar con una mujer.
"Jack me dijo algo la semana pasada, yo yo los vi en San Bernardo el otro día" relató.
Fue raro escuchar el nombre del Jack, ya que no nos veíamos muy seguido.
Esa noche me preguntaba por qué me dolía escuchar lo que Pablo vio, si ya no eramos nada. Tal vez me estaba contagiando de algo que no me quería enfermar: la inmadurez.

Lo peor que Alejandría y Víctor pudieron hacer fue tratar de ocultar lo que tenían. Mi ex volvió al grupo y era de todos los fines de semana verla con nosotros en la plaza, descargando miradas de complicidad con mi amigo, si es que le podía llamar así. Y así fue como me di cuenta de algo que era sumamente terrible y vicioso. Me había contagiado del llanto desahogador que las mujeres ocupaban para sufrir los dolores de la vida. Me escondía en la oscuridad de la cocina, después de una noche de junta, y ahí dejaba salir todo, pero a la vez todo se iba quedando guardado. La rabia y la pena dejaron fluir a otro yo, mientras que el verdadero se escondió en un cuarto del cual en mucho tiempo no pudo salir




Capítulo 1: El Punto




Ocurrió en un momento que a veces no puedes recordar. Quizás ellos no lo recuerdan, ni tú tampoco. Tan sólo sucedió y de alguna forma u otra es sólo un recuerdo imborrable, pero no importante. Sin embargo, creo que es el inicio de un algo y el fin de los sueños. Fue aquel instante en que dejamos de ser los reyes del mundo y pasamos a ser insignificantes piezas de nuestras desiciones, algoritmos de las ecuaciones en las cuales nosotros decidiremos quienes son X y quienes son Y.



El punto en que las Navidades dejaron de ser un Noviembre de ansias y las vacaciones dos semanas de felicidad se fijó en mi vida a los quince años de edad. Mi novia, Alejandría, había bebido más de la cuenta esa noche, y como siempre, era yo el que tenía que afirmarle sus negros cabellos grasos mientras le sobaba la espalda al vomitar.

"Vota todo, mi amor" le decía, aguantando el putrefacto olor del Pisco rancio y los tallarines de la tarde. Ella se retorcía al momento que su estomago hacía todo lo posible por expulsar el elixir de alcohol y papas fritas descompuesto en él. Recuerdo que nos acostamos en la pieza de Pablo, el dueño de la casa y la junta organizada. Se acurrucó hacia el rincón y su consiente de apagó. Por un momento le acaricié el pelo, bajo la oscuridad, la única que veía mi pena por estar con alguien tan así. Sentía que me habia enamorado, pero por otro lado un algo me obligaba a preguntarme si tenía la suficiente experiencia para decir que a los quince años ya soñaba con una casa e hijos. Fue cuando se despertó y me miró, se acercó y me besó. Puedo asegurar que no fue un exquisito beso, pero le correspondí la caricia, para evitar una estupida discusión. Me abrazó y dejó que la exitación ahogara su cuerpo. Sinceramente, aunque no era de mi agrado besar a una borracha, le seguí el juego hasta rozar el placer de tocar su cuerpo y besar su morena piel.

Los domingos sus padres, una neurotica y un ex reo, caminaban alrededor de una hora para llegar al punto evangelico. Ella cuidaba a los hijos de su hermana que ya no vivía en aquel departamentucho. Entonces, para sasear los nervios que me desgarraban la cintura, la iba a visitar. Nos escondíamos en la pieza de sus progenitores, un cuarto de dos por dos metros, con una cama de plaza y media, con un viejo y robusto armario reduciendo aún más el espacio en aquel lugar. Los dos pequeños estaban en el living-comedor-cocina, viendo Shrek, la película que nos permitía una hora y algo de sexo amateur. Pero para esa tarde había un acuerdo hecho, pactado la noche anterior, cuando entre gemidos me dijo que quería perder la virginidad. En realidad, ese era el nombre que yo le ponía, como un tipo de pantalla para mi mente de niño, porque en realidad ella me había dicho "Lo quiero hacer por adelante"

Alejandría tenía en ese entonces diechiochos años. A mi madre no le agradaba, después de que protagonizáramos una fuerte discusión en una once de viernes. Estaba a meses de salir de cuarto medio y ya había cazado a un joven para irse a vivir en su soñado departamento de Providencia, comprarse su Toyota Yaris y tener un hijo igualito a él: yo. Y en esa tarde nos disponíamos a hacer "El pruebe". Ella se preocupó de escucharse gritar lo más fuerte que podía y yo de susurrarle vacíos "te amo" los cuales estoy seguro que eran dichos por el yo que quería creer que quería todo lo que ambos soñábamos.
"Y ese va a ser el recuerdo de mi primera vez" le dije a Jack, unas tardes después de lo sucedido.
"¿Y ella no era virgen?" me preguntó extrañado.
"Ya no sé que pensar" le dije agotado.
"No te ves bien"
"Algo raro me está pasando hacia ella" le dije con sinceridad, mostrándole mi angustia "Pero no sé que puede ser"
Jack sólo se dedicaba a escuchar, ya que él era, por así decirlo, el más retraído del grupo, y del tema no tenía mucho que opinar. A demás, su mente aún estaba en pañales, no teniendo muchas ideas o consejos que aportar.
"Mira, no te miento, todo con ella es genial, pero hay algo que no va bien hace tiempo. Si tan sólo supiera lo que es"
Mi mente ya quería comenzar a explorar otras cosas, equivocarse y pelear, desilusionar e ilusionar, saber la verdad y saborear el placer de las mentiras, pero yo no la escuchaba, y por mucho tiempo dejé que los demás influyeran en mis movimientos a seguir.

Pablo era el que se creía sobresaliente, pero era un simple mortal, igual que nosotros. De él lo que puedo contar es poco en aquel año que transcurría. Hasta aquel entonces salía con una misteriosa Tamara, de un liceo comercial ubicado en Gran Avenida, donde yo tenía un grupo de tres amigas. Ella vivía a veinte minutos a pie del pasaje en donde todos vivíamos. Por lo que él me contaba, era alta, de pelo castaño y tes blanca, y como todos creíamos que eran las chicas a esa edad:
"La mina es bacan conmigo" me decía.
Y así era, todas eran unas princesas en nuestro cuento de hadas, hasta el momento en que despedasaban sus trajes y se convertían en feroces dragones que nos querían calcinar a toda costa.



Era el caso de Roberto, el mayor del grupo. Para su desgracia se había enamorado de la que era un caso perdido para él, mi amiga de la iglesia: Paty. Mi amiga Paty, de hasta ese entonces de dieciocho o diecinueve años de edad, no recuerdo bien, era aquella adolescente de población que nunca se quedaba callada frente a ninguna injusticia, siempre tenía algo que decir, y desde la noche de mi cumpleaños número quince, pasó a convertirse en la mujer del grupo, y el amor de Roberto. El único problema era que, a pesar de que mi amigo era un fino cazador de chicas, Paty lo veía como un gran amigo, muralla irrompible en las mujeres.

Para Roberto cada carrete o asado que se hacía, era una nueva oportunidad para llegar al frío corazón de mi amiga. Pensaba lo mismo de las visitas que le hacía, de los regalos que le daba, sin embargo, en el grupo nadie era capaz de decirle que estaba perdiendo el tiempo. Y a pesar de todos los "No" él había tomado una desición, había decidido dejar ser el niño que era hábil en el baloncesto y optó por jugarse todas sus cartas frente a la mujer que tan sólo podía pensar en él como un excelente y buen amigo.
"¿Por qué no pueden probar siquiera?" me preguntaba las veces que no había nadie y nos tomabamos un cooler en el jardín de mi casa "A mi no me importaría tener que probar sus labios para que ella decida si me quiere como amigo o como algo más" decía, mientras sorbía un poco del vino con sabor a manzana.
"¿No has pensando en rendirte?" le pregunté ya desinterezado en el repetido tema.
"Creo que es lo mejor" decía melancólico.
Pero hacía falta una noche de jerga, unos cortitos de Pisco y el licano, como él se apodaba, volvía a la caza de la princesa imposible. Y pensar que ahora no se pueden ni ver.

Y llegó el fin de segundo medio. Estudiaba en un liceo de hombres en el centro de la capital, y los dos primeros años, primero medio y segundo medio, respectivamente, era el tiempo que te daban para elegir que electivo continuar. Junto a Sebastian y Marcelo seguimos Biólogo Matemático, aunque tiempo después me daría cuenta que mi vocación iba por otra parte.
Obviamente, como todo fin y comienzo, viajamos al norte de la ciudad para celebrar con una fiesta la despedida de segundo. Estaba todo dispuesto; alcohol, bebidas, papas fritas y mujeres. Marcelo fue con su homologo mujer, su hermana Adeliz... disculpen la talla, pero es que eran muy iguales. Yo fui acompañado por la que en ese entonces era mi mejor amiga, Andrea, y su compañera de curso, Beatriz.
Para ese día de Diciembre, a unas dos semanas de cumplir dieciséis, las cosas con Alejandría no iban bien. Sinceramente la idea de ser lo que ella quería que fuéramos me empezó a asustar, el problema era que no sabía como decirselo, ya que la vez de tratar de asomar hacia la luz el tema, todo se convirtió en una escandolosa discusión. Estaba atrapado tras las ideas de un hombre, sin embargo, era un niño que sólo quería correr, no sabiendo como iniciar la carrera. Pero gracias al destino, o lo que sea, esa noche había alguien que me iba a dar el empujón, el gran empujón, yo tenía que estar listo para lo que se aproximaba.
Beatriz me hizo sentarme a su lado, despúes de bailar toda la noche y beber un poco más de la cuenta.
"¿Qué es lo que les gusta a los hombres que nosotras les hagamos cuando tienen sexo?" me preguntó con su trabada lengua.
Yo reí con desborde, y me acurruqué en su falda, luego me giré hacia su mirar y observé las estrellas. Dejé de sonreír y en mí reformulé la pregunta: "¿Qué he esperado yo que Alejandría me haga cuando estamos en la cama?"
"Si ocupas el arma que Dios les dio, no creo que nunca más tengas que hacer esta pregunta" le dije levantándome, poniéndome a la altura de sus ojos. Beatriz tenía esa exquisita cabellera que a mí me derretía por completo. Y para buena suerte mía, me siguió el juego.
"¿Y cual es esa arma, según tú?" me preguntó.
"La sedución" le respondí.
Luego fue el sillón y a la hora ya había tomado la determinante desición de finalizar mi extraña y sínica relación con Alejandría, lo que desencadenaría en una serie de eventos que me harían aprender de esto llamado vida.

martes, 21 de julio de 2009

Un Poco Más

Tomo la electroradiografía. Me cuenta que le hacían mover las extremedidades y la maquina alcanzaba a fotografiar el paso de la electricidad recorrer sus nervios y el rededor de sus venas. Y es increible. Se puede ver el nido tan temido por todos; tan insignificante y destructivo. Lo abrazo dejandome abordar por el nudo de mi pecho, y él, como siempre, sonríe como si nada pasara, porque para él nunca nada ha pasado.
Es extraño nuevamente sentir aquella angustia asesina, oscura, porque las respuestas ambiguas vuelven. Nadie prefiere decir nada, sólo optan por hacer más reuniones para estudiar el dificíl caso.
Observo nuevamente el examen y miro el tamaño de la malformación, y unos pequeños números me dicen que mide tan sólo cinco milimetros. Cinco milimetros de sufrimiento e incertidumbre, de no saber cual es la mejor decisión para él, y sólo hay llamadas y papeles encima del escritorio.
"Puede que quede con secuales graves" dicen los médicos "Así que vamos a analizar el caso" y son horas más de esperar y esperar, y de verlo a él sonreir como si nada pasara.

domingo, 12 de julio de 2009

Y no me dijo nada

Conversaba sobre lo que había visto la noche anterior con un estusiamo que le permitía olvidarse un poco del tema que hizo levantarse al día. Gesticulaba con las manos las explicaciones de lo que comentaba, hasta que la vío entrar por la entrada principal. Quiso hacerse el tonto y no mirarla, ni siquiera dejar que su compañero notara que la había visto. Como siempre caminó con con desinteres y poca astusia, dejando que sólo él supiera que estaba en aquel lugar. Pero el tiempo es un agente destructor, y dejó que ella llegara con rapidez al lugar en donde ellos conversaban. Saludó al segundo protagonista y contemplativa se acercó hacia él. Él trató de quitarle importancia a la convocancia de ese día, sonriendo normal, como lo hizo la primera vez, sin embargo, ella venía con una desición bajo la manga. Se le acerco, tierna y calida, y posando sus labios ocultamente en el lado derecho de su boca, le preguntó.
"¿Lo vamos a intentar, cierto?"
Los ojos de él se desorbitaron al escuchar la invitación y riendo nerviso, le preguntó: "¿De verdad?"
"Obvio" respondió ella.
Y un escalofrío lo envolvió.