http://alsurdelacapital.blogspot.com/
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Nuestras Vidas Tal y Cual Como Son
Cuando quise regresar a la orilla de la playa, la dirección de la corriente era otra y las olas se formaban de manera uniforme. Nacían desde lugares que no lo deberían hacer y crecían de una manera aterradora. El mar calmo en donde flotaba comenzaba a enfurecerse. No me quería ahí. Playa Grande estaba repleta hasta las toallas. Si algo malo me pasa, pensé, era seguro que alguien me vería si pido ayuda. El problema era que estaba cansado. Llevaba quizás dos horas flotando en lo que algún momento fueron aguas calmas, y en ese momento las piernas las tenía entumecidas y frías. El agua ya comenzaba a agolparse en mi boca. Los brazos eran los únicos que no me abandonaban aún. Me obligué a calmarme. La orilla estaba a unos diez metros. Había nadado más de diez metros en otras ocasiones. Por qué no habría de hacerlo ahora. Sólo era agua de mar con mucha sal, olas locas y una corriente en mi contra. Sólo había que nadar fuerte. Entonces me sumergí en el mar que aparte de estar molesto, se había enfriado al punto de la congelación. Lo único que traté de hacer fue nadar con fuerza y acordarme a la perfección de mis clases de natación, para así no tragar tanta agua. Pero nada de eso sirvió. Las trombas que me llevaban de acá para allá me hacían tragar demasiada agua, y lo que trataba de botar no servía para despejar mi garganta de la sal. Asomé la cabeza y la orilla aún estaba a diez metros. El mar parecía más enfurecido. El agua más fría. Mi cuerpo estaba totalmente agotado. Lo intenté otra vez, pero nada. Más sal. Más lejos. Más cansado. Más miedo. Más desesperación. Entonces me relajé y no dejé que pensamientos estúpidos me ahogaran la mente. Tampoco pensé en llamar por ayuda. La orilla estaba jodidamente cerca. ¿Cómo no lo iba a lograr? Entonces comencé a flotar recostado horizontalmente sobre el agua, para ganar energías. Pero las corrientes no me dejaban estar tranquilo. Así que tuve que enderezarme otra vez y seguir gastando energías de mis brazos para mantenerme sobre el nivel del agua. Recuerdo que ya no escuchaba a la gente. Pero eso no me hizo pensar que estaba más lejos. Creí que era la sal en mis oídos. Así que traté de nadar otra vez. La tercera es la vencida. Pero ahora fue el aire el que me faltó. Y ya no quedaban fuerzas para intentar. Sólo estaban las que me dejaban flotar. Así que pensé en qué momento se me ocurrió sobrepasar el área en donde se formaban las olas para estar más tranquilo y no tener que enfrentarlas. Ahora estaba ahí, cansado y perdiendo las energías. Ahí, detrás de las olas y nadie me podía ver… Nadie!... Nadie desde la orilla me veía!... Comencé a gritar por ayuda. Agitaba el brazo mientras que el agua me jalaba hacia el fondo y la sal me quitaba el aire. Pero seguía agitando el brazo. Alguien… alguien tenía que verme. No sé. Algún niño o una señora. Pero no. Era invisible frente a los demás. Mi cuerpo, quizás su color, se mezclaba con el mar. Y como amo tanto al mar, en algún momento pensé “Quizá tengo que ser parte de ti y debo irme ahora contigo” Y una tranquilidad enorme me abordó. Me había entregado, porque nadie me veía. Era invisible. Nadie iba a ir por mí. Era lo que pensaba ya en ese momento… Pero otro algo me dijo “Lucha… sobrevive… o por lo menos inténtalo” Y fue en ese instante en que le dije “Okey, el último intento o si no… tú sabes” Me sumergí y braseé y agité las piernas. Eran las últimas energías. Mi último respiro. Era lo último de mí para el mundo. Y lo último de mi eran mis patéticas ganas de vivir. Nadé y lo hice con fuerzas trancadas, sabiendo que no lo lograría y que ahora venía el momento en que mis pulmones lucharían por al
go de aire. Nadé seis braceos y decidí que ya no se podía hacer nada más. Y entonces me dejé… y mis pies tocaron fondo, mientras que la mitad de mi cuerpo estaba sobre el nivel del agua. La orilla estaba a un metro.
Sin embargo, estás aquí, leyendo este tedioso resumen, vivo, respirando, recordando, a pesar de lo malo, todos los maravillosos momentos que viviste y experimentaste como persona. Porque a pesar del dolor y la angustia, supiste sonreir y darte las energias para sobrevivir y dar el siguiente paso. Te levantaste una y cada vez que la ola te tiró a las profundidades y te trató de ahogar. Te levantaste y respiraste otra vez el nuevo oxigeno para gritar otra vez y decir "Estoy aquí. Nadie me quitará esto". Sobreviviste a pesar de todos los intentos de rendición. A eso venimos. A vivir esto y dar todo por lo que quieres. A ser un sobreviviente.
Carlos es el nombre de un compañero mío del instituto. Un hombre normal. Buenas notas. Es su verdadero nombre. No le he ocultado con un seudonimo. Quiero que se sepa su verdadero nombre. Karina es la prima de Isabella. Una joven normal. Con sueños normales. Sale a carretear los fines de semana y en la semana trabaja arduamente para pagar su ropa y demaces. Viven y respiran como cualquiera. Hacen y beben como cualquiera. No se conocen. Pero misteriosamente, los tres, incluyendome, tenemos algo en común.