viernes, 10 de diciembre de 2010

Capítulo 99: Sobrevivientes (Primera Parte)

Cuando quise regresar a la orilla de la playa, la dirección de la corriente era otra y las olas se formaban de manera uniforme. Nacían desde lugares que no lo deberían hacer y crecían de una manera aterradora. El mar calmo en donde flotaba comenzaba a enfurecerse. No me quería ahí. Playa Grande estaba repleta hasta las toallas. Si algo malo me pasa, pensé, era seguro que alguien me vería si pido ayuda. El problema era que estaba cansado. Llevaba quizás dos horas flotando en lo que algún momento fueron aguas calmas, y en ese momento las piernas las tenía entumecidas y frías. El agua ya comenzaba a agolparse en mi boca. Los brazos eran los únicos que no me abandonaban aún. Me obligué a calmarme. La orilla estaba a unos diez metros. Había nadado más de diez metros en otras ocasiones. Por qué no habría de hacerlo ahora. Sólo era agua de mar con mucha sal, olas locas y una corriente en mi contra. Sólo había que nadar fuerte. Entonces me sumergí en el mar que aparte de estar molesto, se había enfriado al punto de la congelación. Lo único que traté de hacer fue nadar con fuerza y acordarme a la perfección de mis clases de natación, para así no tragar tanta agua. Pero nada de eso sirvió. Las trombas que me llevaban de acá para allá me hacían tragar demasiada agua, y lo que trataba de botar no servía para despejar mi garganta de la sal. Asomé la cabeza y la orilla aún estaba a diez metros. El mar parecía más enfurecido. El agua más fría. Mi cuerpo estaba totalmente agotado. Lo intenté otra vez, pero nada. Más sal. Más lejos. Más cansado. Más miedo. Más desesperación. Entonces me relajé y no dejé que pensamientos estúpidos me ahogaran la mente. Tampoco pensé en llamar por ayuda. La orilla estaba jodidamente cerca. ¿Cómo no lo iba a lograr? Entonces comencé a flotar recostado horizontalmente sobre el agua, para ganar energías. Pero las corrientes no me dejaban estar tranquilo. Así que tuve que enderezarme otra vez y seguir gastando energías de mis brazos para mantenerme sobre el nivel del agua. Recuerdo que ya no escuchaba a la gente. Pero eso no me hizo pensar que estaba más lejos. Creí que era la sal en mis oídos. Así que traté de nadar otra vez. La tercera es la vencida. Pero ahora fue el aire el que me faltó. Y ya no quedaban fuerzas para intentar. Sólo estaban las que me dejaban flotar. Así que pensé en qué momento se me ocurrió sobrepasar el área en donde se formaban las olas para estar más tranquilo y no tener que enfrentarlas. Ahora estaba ahí, cansado y perdiendo las energías. Ahí, detrás de las olas y nadie me podía ver… Nadie!... Nadie desde la orilla me veía!... Comencé a gritar por ayuda. Agitaba el brazo mientras que el agua me jalaba hacia el fondo y la sal me quitaba el aire. Pero seguía agitando el brazo. Alguien… alguien tenía que verme. No sé. Algún niño o una señora. Pero no. Era invisible frente a los demás. Mi cuerpo, quizás su color, se mezclaba con el mar. Y como amo tanto al mar, en algún momento pensé “Quizá tengo que ser parte de ti y debo irme ahora contigo” Y una tranquilidad enorme me abordó. Me había entregado, porque nadie me veía. Era invisible. Nadie iba a ir por mí. Era lo que pensaba ya en ese momento… Pero otro algo me dijo “Lucha… sobrevive… o por lo menos inténtalo” Y fue en ese instante en que le dije “Okey, el último intento o si no… tú sabes” Me sumergí y braseé y agité las piernas. Eran las últimas energías. Mi último respiro. Era lo último de mí para el mundo. Y lo último de mi eran mis patéticas ganas de vivir. Nadé y lo hice con fuerzas trancadas, sabiendo que no lo lograría y que ahora venía el momento en que mis pulmones lucharían por algo de aire. Nadé seis braceos y decidí que ya no se podía hacer nada más. Y entonces me dejé… y mis pies tocaron fondo, mientras que la mitad de mi cuerpo estaba sobre el nivel del agua. La orilla estaba a un metro.

“Chao, cuídate” le dije y me giré hacia la puerta. El primer sol del 2010 golpeaba calcinante y brillante en los ojos. 
“Vas a hablar con ella?” me preguntó de repente. Me detuve. Pensé con la cabeza fría, aunque el sol me la estuviera quemando. Me devolví y me acerqué hacia ella. 
“Quieres que hable con ella?” le pregunté. 
“Es que parece que no tiene las cosas muy claras” se defendió. “Si tú quieres que hable con ella, lo voy a hacer”

Una luz, una luz muy poderosa y blanca. Los ojos arden. La boca sabe a sal y sangre ajena. Tu cuerpo está descontrolado. Hace frío. Un ente borroso entre la luz. Dos entes. Tres entes. Un paño envuelve tu cuerpo. La luz comienza a dispersarse. Los oídos están hinchados. El sonido se esconde. Das vueltas. Y de repente algo te presiona el pecho. No sabes lo que es, pero está ahí, agolpándote energía en los pulmones. No sabes cómo sacarlo. No sabes cómo liberarle. Hasta que se te ocurre abrir la boca y sale. Comienzas a llorar desgarrándote la garganta. Es el comienzo, y algo en tu mente te lo dice, y también te dice que será una lucha incesante, que la vida es una constate batalla y que no te puedes liberar de ella. Aquel momento es una adaptación instantánea y obligada. Estuviste nueve meses formándote, sin saber lo que era el dolor, el miedo, el arrepentimiento, las mentiras, la infidelidad, la traición, la angustia y las ganas de perder. Sólo estuviste ahí, envuelto en calor, creciendo sin saber por qué. Ni siquiera tenías que abrir la boca para comer porque la comida te entraba por un tubo conectado a tu ombligo. Todo era simplemente bello, hasta que llega el momento del comienzo. Sales y lo primero que haces es batallar, sin saber que pelear es lo que tendrás que hacer toda la vida. Ser un sobreviviente.
No tengo memoria del momento en que nací. Nadie lo tiene. Pero a veces deseo poder hacerlo, porque estoy seguro que es el recuerdo vivo del momento más maravilloso en la vida. El momento en que llegamos a ella y la comenzamos a vivir.

Recuerdo que sentí que Jack me despertaba con desesperación. Mi papá le decía a Simón que despertara. Camilo decía todos los garabatos habidos y por haber. La cama se azotaba con fuerzas descomunales de un lado a otro. La casa crujia con un poder que nunca habia sentido. Podía escuchar a los perros de mis vecinos ladrando con desesperación, y en la lejania de Casas Viejas a otros canes en igual situación. Las puertas y ventanas se estremecían dentro de sus marcos. Al levantarme, la oscuridad y el vaivén de la casa me desorientó. En realidad no asimilaba bien lo que pasaba. Corrí hasta la puerta de la pieza y me afirmé, junto a Jack y Camilo, del marco de ésta, mientras que bajo de nosotros se producía uno de los cinco terremotos más poderosos de la historia de la humanidad.

Mil veces me he preguntado cómo terminar el blog sin ser demasiado tedioso en un resumen demasiado largo. Creo que sólo basta con decir que ha sido un año extraño, lleno de altos y bajos. Mas bajos, por su puesto. Fuimos azotados por un poderoso terremoto y la costa sur del país fue tragada por el mar. Vivimos una verdadera catástrofe. 33 hombres quedaron atrapados en las profundidades de la tierra en el norte, sobreviviendo semanas con pocas provisiones y en la oscuridad de los pensamientos ligados a la muerte. 20 personas encontraron de forma sorpresiva la muerte hace poco en la Autopista del Sol. Bebés fueron olvidados en los autos de quienes los cuidaban. Hijos asesinaron a sus padres. Perros furiosos se comieron a sus dueños... Sí, ha sido un año raro. Sin embargo, más allá de que el país haya vivido un año extraño, nosotros, como individuos, tuvimos que sobrevivir a nuestras propias historias. Nos internamos en caminos lejos del que seguiamos constantemente. Quisimos probar un poco de lo desconocido, y fue un tanto dificíl volver y aprender. Sufrimos, tal vez, como si nunca lo hubieramos hecho y supimos de verdad lo que era estar envuelto en la oscuridad. Quizás tropesamos con la misma piedra una y otra vez. Se luchó por causa perdidas, pero se quiso dar el último respiro, aunque todos nos dijieran que estaba perdido. Escribimos historias que nunca pensamos escribiriamos, y estuvimos de protagonistas en escenas que nunca quisimos relatar. Lo hicimos. Hicimos lo que nunca y apostamos el todo por el todo. Nos equivocamos y aprendimos. Herimos y pedimos perdon. Fue un año de extremos, muy extremos.
Sin embargo, estás aquí, leyendo este tedioso resumen, vivo, respirando, recordando, a pesar de lo malo, todos los maravillosos momentos que viviste y experimentaste como persona. Porque a pesar del dolor y la angustia, supiste sonreir y darte las energias para sobrevivir y dar el siguiente paso. Te levantaste una y cada vez que la ola te tiró a las profundidades y te trató de ahogar. Te levantaste y respiraste otra vez el nuevo oxigeno para gritar otra vez y decir "Estoy aquí. Nadie me quitará esto". Sobreviviste a pesar de todos los intentos de rendición. A eso venimos. A vivir esto y dar todo por lo que quieres. A ser un sobreviviente.
Sólo dos cosas. Vive a base de tus sueños y por las ilusiones que lo mantienen vivo. Despierta y levantate cada día por ese sueño que te hace perder la cabeza y no te detengas hasta conseguirlo. Y no dejes de luchar hasta hacerlo realidad. Me lo dijo una vez una persona que ya no sé como está. Y por último, nunca dejes de ser un sobreviviente, pero a la vez vive cada instante regalado y ama la simpleza de la vida. Aún no es tarde.

Estoy a tres días de dar el examen que me hara egresar de técnico en telecomunicaciones. Al final me presento con un promedio 4,2. Nos vemos.