"Mira, Omar, mira como hago bibujitos... bibujitos... bibujitos" se desliza su suave voz por el aire.
Respondiendo mediante el teclado, le digo "Dibujitos, Bela. No bibujitos"
"Miralos. Son hermosos" me dice sin prestar atención a la corrección.
Me giro y veo como como raya la madra del escritorio, gastando en trazos inertes el lapiz pasta rojo de papá. Si mi vieja la viera, la reprendería. Yo la dejo ser feliz. Cuando tenga quince años y un montón de jotes detrás de su cinturita, no podrá encontrar la felicidad que le entrega rayar la madera que mi viejo compró para hacer el escritorio.
Me giro nuevamente hacia la pantalla y veo la conversación. Se caracteriza por ser un relato extasiado de desinterés por el sentimiento de los demás y un poco de locura por el momento viviente. Aparece una carita triste. Yo presiono dos puntos y la "s". Se produce un silencio, el silencio de siempre, ese que da paso al despecho y a decir los mil defectos que la envuelven.
"Omar, quiero ver las princesas... ¿Qué haces?" me pregunta posando su mano sobre mi hombro.
"Converso" le digo.
"¿Con quién?"
"Con un espía" le digo como si fuera algo que nadie puede saber. Ella entiende el mensaje.
"¿Qué es un espía?" me pregunta susurrando, porque decidió proteger el secreto al ver la gravedad en mis palabras.
Pensé que de nada serviría explicar con el tipo de espía que conversaba, porque a las dos horas, viendo La Cenicienta, ya habrá olvidado todo lo que le dije. Pero aún así había una disyuntiva. ¿Le explicaba qué era un espía para el mundo o qué tipo de espía se encontraba al otro lado de la pantalla? No quería corromper su mente de niña por nada del mundo. Sin embargo, sus ojitos aún esperaban la respuestas del tipo que la dejaba rayar la madera del escritorio.
"Es una persona que ve las cosas personales de los demás" ¿Sabrá lo que es una cosa personal? "Y las utiliza para su bienestar"
Se tapó la boca y sus ojos casi salieron expulsados de sus cuencas.
"Eso es malo" me dijo impresionada "¿Lo conosco?" me preguntó.
"No" le contesté, pero acercandome le dije "Pero él a ti sí, porque es un espía"
Llegó un mensaje y me giré sobre la silla hacia el teclado. En las palabras había un dolor inexplicable y desgarrador. Yo no sabía como contener todo ese bombardeo que estaba atacando su alma, porque él tenía todas sus defensas bajas, como queriendo dejar que el dolor se lo comiera.
"Deja de ver" le ordené.
"Sí" contestó "Ya he visto demasiadas güeas. Me tiene totalmente desilusionado"
Y así se desmorona hablando de ética y de las cosas que se deben hacer, de que se querrá más así mismo y que no quería volver a lo mismo. Se produce una arenga y una inyección de valor a la vena, pero...¿De qué sirve? ¿De qué sirven las noches sin dormir y tratando de entender las decisiones? ¿De qué sirve perder lindas oportunidades, si se volverá a tropezar con la misma piedra? ¿De qué sirve dar todo; el alma y la mente, si después lo único que viene de vuelta es una propuesta indecente y garantizar el olvido de todos los malos momentos? ¿Para qué tapar con un sol falso y un tibio aire el latente infierno?
Y es que el corazón es un conformista de mierda, que es engañado con noches en un sillón y palabras bonitas, y no escucha a la mente y la conciencia, las que saben que detrás hay otra vida. Él no recuerda que habemos otros que se preocupan por su bien estar y que tratan de buscar soluciones a su mal incontrolable, desvelados por escucharlo.
Si yo fuera un espía, utilizaría la información para hacer detonar una bomba y dejar al descubierto todos los planes malvados del enemigo. Nada mejor que derrivar que siempre ser derrivado.