Nos bajamos y la noche fría e hinospita nos atrapó. Para capear la sensación de escalofrío echamos las manos a los bolsillos y encogiendonos un poco de hombros comenzamos a caminar rapido por la planicie de la meseta. El lugar acusaba con silencio la ausencia de todo tipo de vida. Sólo en los arboles que franquean el comienzo del camino se escuchaba el desordenado canto de miles de grillos. Y al ir avanzado poco a poco se podía empezar a divisar el enjambre de luces conformado por todas las casa de los condominios de Eyzaguirre.
"Voy a llamar a Mary" le dije a John.
Le prometí llamar durante la noche, y no enviarle el mensaje de texto jurado. Tenía que llamarla antes de bajar la loma, porque después cuesta un tanto captar la señal desde la antena telefónica que está apostada en lo más alto del cerro La Ballena. Busqué, riendo de la sensación del alcohol recorriendome la cabeza, su nombre en la lista de contactos en mi celular. Cuando pude por fin presionar el 6 y ver aparecer el grupo de nombres que comienza con la letra "M", descendí hasta su presencia en la tarjeta de memoria de mi celular y presioné el botón con el símbolo del teléfono de color verde.
"¿Está llamando?" me preguntó John.
Asentí. La llamada entró a su celular según el tono intermitente del sonido de acceso, hasta que derepente se cortó y su voz tierna y a la vez dudosa me habló. Faltaba 1 hora y media para el terremoto grado 8,8 en Concepción, ciudad donde María vive.
"¡Mary! ¿Cómo estas, mi amor?" contesté con locura y gritos.
"¡Bien, hijo de tu madre! Denante no te escuchaba ni una güea"
"Lo que pasa es que estabamos dentro del pub y había demasiada gente y tú sabí po', el sonido se hace nada"
Para que mi amigo participara de la conversación, activé el altavoz de mi celular y Mary ya era escuchada por los dos y la loma entera.
Mientras caminabamos, bromeabamos con nuestra borrachera y hablamos un poco de mi visita programada para el tres de Marzo. Es extraño recordar que le dije que la amaba mucho y que se cuidara, sólo porque lo siento y no por pensar que algo tan terrible podría pasar.
Después de unos minutos de caminata por la deshabitada calle, llegamos a mi casa. En el living Camilo veía la que sería la última noche del Festival de Viña del Mar, y mi padre bajaba desde el segundo piso para decirme que durmieramos en la cama de él y mi madre, ya que para comodidad de nosotros dormiría en mi cama. Le dije a John que subieramos a dormir y no nos quedaramos a ver la competencia internacional, ya que el sueño me tenía totalmente destruido, sumado a las dos cervezas que me tomé y mi jornada de trabajo por cumplir al otro día.
Apenas abrí la puerta, me quité las zapatillas, los calcetins y los blujeans. Programé el despertador a las 9:45 de la mañana, para tener tiempo de afeitarme. Puse el celular bajo la almuhada, queriendo asegurar mi despertar y me entregué al poder de mi cansancio.