jueves, 1 de octubre de 2009

Capítulo 22: El Paciente 505

Crucé la hermosa y tranquila Vespucio Norte un poco nervioso. Troté para no ser alcanzado por los vehiculos que a alta velocidad la transitaban "No tienes que pensar, tienes que sentir" IRAM era un poco más lujoso que lo que mostraban las fotos y lo que decía mamá. Su estacionamiento estaba atestado de vehiculos de alto valor y su infrasestructura hacia gala de ser el único instituto de radiocirugia en Chile.
Luego de verme en la puerta polarizada de color marrón transparente, ingresé a un lobby de siete por cinco metros cuadrados, conformado por sillones de esperar y un mesón de atención al público ¿Qué voy a preguntar dónde es? Sólo tengo que mirar las flechas y encontrarlos. Decidido caminé hacia lo que se convirtió en un verdadero laberinto. No, no era un sueño o una pesadilla. Era la realidad misma de aquella tarde del uno de Octubre.

Mis padres tuvieron que firmar, poniendose en los zapatos de Dios, contratos con el instituto de neurocirujia de Chile en el caso de que Ignacio sufriera daño alguno. Se hacían responsables de que su hijo pudiera quedar vegetal para el resto de su vida. Tenía en ese entonces once años. No sé si habrán pensado en eso, pero estoy seguro que las ganas de verlo bien y sano derrotaron a todos los miedos, y firmaron aquellos asquerosos papeles.
¿El problema? Una malformación en el lobúlo izquierdo inferior del cerebro; un nudo de venas que amenazaba atentar contra su corta vida, resguardando en su cartucho un derrame cerebral ¿La solución? Una embolización. Entrarían por la delicada arteria Ingle, ubicada en el costado interior del muslo derecho, subirian por ella hasta el cerebro y desplegarían un "tapón" en las entradas al nudo de venas.
En total serian dos embolizaciones, las cuales sólo cubrirían un 80% de la larga y costosa sanación. Quedaba una tercera, pero algo quiso que el fin llegara de otra forma.

Decenas de carteles con ciento de flechas, indicando miles de pasillos. La cabeza ya empezaba a dolerme al buscar con la mirada a mi padre, a mi madre, a Simón o a Ignacio, recorriendo escaleras que iban hacia todos lados, pasadizos que terminaban donde no sé donde y muchas personas con sus cabezas cubierta por el bello diseño de un paño de hilo.
Cresta.
"Hola, buenas tardes" saludé a la recepcionista "Sabe, mi hermano será sometido a una radiocirguia..."
"¿Ignacio?" me interrumpió descortés.
"Sí" contesté esperanzado.
"Por el final del pasillo, a la derecha. Estan en una sala" me indicó.
"Gracias"
Volví a recorrer el pasillo que había transitado anteriormente, y llegué hasta donde supuestamente estaban. Y al final del pasillo, una sala con persianas cerrradas ¿Ya habían empezado? ¿Estaba ya anestesiado para empezar? ¿Habrá sufrido como lo hizo antes? ¿Qué este nudo en mi pecho? "Siente", me dijo el evangelista. Fue cuando pensé que podía escuchar su corazón.
Lo que dice el evangelista es real.
En ese momento la puerta se abrió y apareció la tranquila imagen de Ignacio. Me fue inevitable recordar el inicio de nuestra trancada relación. Nos llevamos por cinco años de diferencia, y sí, tambien tuvimos muchas diferencias, en donde él siempre ganaba el veredicto de mis padres. Una mañana, luego de que papá saliera a comprar el kilo de pan para el desayuno, nos fuimos a las manos y con o sin querer, lo boté al suelo y su nuca dio de lleno contra el piso, logrando descargar aquel ruido de un martillo chocando contra el asfalto. Aterrado de miedo, viendo que su llanto ahogado estallaría en un agudo grito de dolor, me abalancé sobre él y con fuerzas le tapé la boca, imaginandome como mi padre dejaría caer un ejemplar castigo sobre mí.
"Callate, por favor" le rogaba.
Y lo hizo. Dios, cuanto me ama.

Los estaban haciendo esperar en una delgada pieza, provista de sillones de cuero comodos y lujosos.
"Aquí dejan descansar a los pacientes después de la quimioterapia" me explicó mi madre.
El ambiente era pesado, el aire estaba denso. Nada podía penetrar ahí. Costaba esbosar una sonrisa.
Hasta que llegó el doctor. No le entendí su apellido, aunque lo dijo lento. Era un hombre alto y barbón, con una cabellera arreciada por la vejez. Ojos humildes y manos huesudas. Se sentó al frente y comenzó a convencernos de lo que iba a suceder.
"Bueno, la embolización es una solución efectiva al instante, pero a largo plazo comienza a lavarse, a despegarse, por así decir. En cambio, la radiación actua de forma lenta, pero al pasar del tiempo es totalmente efectiva y para siempre. Ocurre que ésta actua a un nivel celular, comenzado a" Y comenzó a buscar en el aire la palabra precisa "A cerrar esa zona, a..." No estaba conforme con su descripción de médico con trayectoria "A fundir" le ayudé "Exacto. Entonces es algo que es irreversible. La radiación no tiene reversa"
Me acordé de los documentales de Chernovil, de los bebés que nacían desformes, de las mujeres con escaras en la cara y el cuerpo. Un desastre. Ignacio iba a ser sometido a un mini Chernovil.
"Para tener exactitud y no disparar con margen de error" seguían explicando el doctor paltón "Fijaremos esta corona en su craneo mediante cuatro tornillos ¿Ya? Y este aparato, que es toda una maravilla, nos permitirá conocer la ubicación exacta y precisa de la malformación que afecta a Ignacio. Luego de hacer el escaner, una computadora realiza los cálculos y nos da la información de su ubicación. Para tranquilidad de todos y de la tuya" le dijo a Ignacio, el cual lo observaba con una extraña tranquilidad que yo no podía entender. Iban a atornillarle una corona al craneo ¡AL CRANEO! ¿Cómo podía estar de esa forma? "Te vamos a inyectar anestesia local, así que lo único que te va a doler va a ser el pinchazo en el mate y nada más. Luego de eso, te vamos a atornillar los cuatro pernos, que son super chiquititos y después la corona. Obviamente te vas a sentir extraño por el peso, pero no te tienes que preocupar de nada. Esperamos una media hora y luego te irradiamos.
Esto lo llevamos mucho tiempo haciendo aquí en Chile, así que no tienen que estar nerviosos" declaró "Tú eres el paciente 505" le dijo a Ignacio.
A continuación de la explicación, vino una ronda de preguntas, de la cual Ignacio no participó. Mantenía esa postura de paz y tranquilidad, y yo seguí sin entender.
Siente.
"¿Tú tienes alguna pregunta?" le preguntó el radiocirujano. Juro que pensé que preguntaría por su vida, por secuelas, pero nada de eso.
"¿Se me van a notar los orificios después?" preguntó tierno.
Con mi mamá cruzamos una mirada de complicidad. Era Ignacio y su look.
"Unas heridas durante unos días, pero después van a sanar" contestó impresionado el médico.
Fue cuando un lujoso celular comenzó a sonar en su bolsillo. Era el neurocirujano que llegaba con una hora y media de retrazo. Salió a encontrarlo y el nerviosismo cayó. Salimos igualmente y sólo nos quedó esperar la hora.
Cuando llegó, fue el instante en que todo se borró. Un abrazo de hombres; golpeado y frío, y un "Nos vemos en la noche. Tranquilo ¿Ya?" Simón se abalanzó sobre su cuello y lo besó reiteradas veces. Aunque no sabía bien a que iba, sentía la angustia de Ignacio, por eso su actitud. Fue cuando dos enfermeras, más bajas que él, lo redearon y lo conducieron por otro pasillo más. Se metió las manos en los bolsillos de sus black jeans con diseño, lució sus zapatillas Nick Shock y caminó con desinteres y tranqulidad hacia el fin de la pesadilla.